El 25 M visto desde Europa hasta Almería

Los resultados del pasado domingo han tenido el efecto de la caída de una piedra en un estanque. Después del primer impacto, los círculos concentricos se han ido sucediendo y el

Pedro Manuel de La Cruz
23:35 • 31 may. 2014

Los resultados del pasado domingo han tenido el efecto de la caída de una piedra en un estanque. Después del primer impacto, los círculos concéntricos se han ido sucediendo y el dibujo cada vez se complica más y amenaza con diseñar una estructura de la gobernanza europea cercana al abismo. 


La irrupción de la derecha extrema -tan espectacular en Francia tan notable en otros paises-,supone un motivo de desasosiego en el sentimiento de la decencia democrática. La Europa de la tolerancia y el progreso queda deteriorada por esta esquina del populismo, una enfermedad de transmisión rápida en épocas de crisis y desorientación colectiva. Populismo que encuentra también su acomodo en la ribera ideológica del asamblearismo izquierdista.


El sistema vive una decadencia acelerada en la mayor parte de los países que conforman la Unión Europea, pero frente a el sólo se encuentra una nada llena de palabras. Europa no se construye levantando fronteras nacionales o alambradas étnicas y tampoco se fortalece desde la utopía asamblearia. Gobernar una comunidad de cientos de millones de ciudadanos es mucho más complejo que arengar a colectivos sociales castigados injustamente a situarse extramuros del bienestar; insisto: castigados injustamente por el poder económico y político que nos gobierna.




España se ha situado fuera del euroescepticismo derechista y eso siempre es un motivo de satisfacción. Por el contrario han emergido grupos situados a la izquierda de la izquierda tradicional cuyo recorrido aún está por ver. Las elecciones europeas no son extrapolables a otras consultas y cualquier proyección queda condenada al delirio de los deseos, no a la búsqueda de la racionalidad. Las municipales de dentro de un año dibujarán un mapa distinto al que salió el pasado domingo. El populismo tiene la luminosidad del relámpago, el estruendo del trueno, pero, si no se vertebra más allá del asamblearismo, acaba reducido a la nada.


Pero harían mal los grandes partidos españoles en no aprender la lección. El bipartidismo no se ha hundido, pero ha quedado tocado. La mayoría de los españoles no han votado ni al PP ni al  PSOE (sumados los dos tienen menos del 50 por ciento de los votos) y si no son capaces de reflexionar sobre los motivos que han llevado a más de cinco millones de votantes a darles la espalda es que están condenados, más tarde o más temprano, a la pérdida de sus estatus actual.




Los españoles están hartos de una forma de gobernar en el que los intereses de partido y de quienes los dirigen están por encima de los intereses ciudadanos; hartos de una estructura de corrupción contra la que sólo se combate cuando quien está inmerso en ella es el contrario; hastiados de decisiones que nadie explica o explica mal; de promesas que no sólo se incumplen, sino que, además, se ejecutan en sentido contrario a lo prometido. Cansados, en fin, de ver siempre las mismas caras sentadas en los mismos puestos durante decenios y sin ningún mérito que les acredite para su permanencia, solo el de la fidelidad a quien les nombra.


Contra esta situación sólo cabe la posibilidad de la regeneración. Cambiar el fondo y las formas. Refundarse asentándose en los aciertos (que los ha habido y muchos) y desechando los errores (que también los ha habido y en qué medida).




Descendiendo hacia el sur, el resultado en Andalucía ha dejado meridianamente claro que el PP está en medio del desierto en el que desembocó la amarga victoria de Arenas en las últimas autonómicas. El PP no estaba preparado para perder y eso le castiga a no estar preparado para ganar. El efect


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