Un cambio que debe ir más allá

“Su decisión debería provocar un cambio en el fondo y en la forma de gobernar el país”

Pedro Manuel de La Cruz
01:00 • 03 jun. 2014

Asistimos ayer a una decisión que marcará la historia. La abdicación del Rey es una decisión que trasciende el hecho, importantísimo, de su renuncia y acabará proyectándose en la vida del país durante años. No es sólo un cambio en la cúspide de la estructura del Estado, debe ir mucho más allá.


Con la abdicación no sólo se va un Rey que protagonizó junto con todos los españoles el periodo de libertad y modernización más amplio de nuestra historia moderna, sino que su decisión debería provocar un cambio en el fondo y en la forma de gobernar el país. La Transición, ahora sí, ha terminado. El Rey ha interpretado con acierto que el tiempo le había alcanzado y esta interpretación quedaría reducida a un acto simbólico si quienes le han acompañado en estos casi cuarenta años no asumen, también, que ha llegado la hora de que una nueva generación se haga cargo de la gobernanza de España.


Durante los últimos años los problemas sobrevenidos han demostrado que la clase dirigente no está siendo capaz de enfrentarlos con capacidad de éxito. La crisis, el descrédito, la corrupción y la ausencia de propuestas de futuro en las que poder confiar desde la racionalidad, acabarán conduciéndonos a un desfiladero cada vez más estrecho y del que saldremos de la peor manera: cada uno por su lado y rompiendo las estructuras que tanto y también nos sirvieron durante los años que permanecimos unidos.




Para acotar ese riesgo es imprescindible que se imponga la sensatez de saber que las estructuras pueden envejecer, pero que siempre es mejor, cuando nos han servido bien, reformarlas que destruirlas. 


Es preciso abordar una adecuación estructural presidida por un sentido de Estado solidario en el que aspectos como la organización interna de los partidos, el estado de las autonomías, la cuestión territorial, los mecanismos endogámicos y partidistas de la Justicia, la ley electoral o la puesta en práctica de controles efectivos contra la corrupción se acomoden a las demandas de la ciudadanía.




El futuro Rey Felipe VI puede ser un buen dinamizador de esas demandas. La clase dirigente lleva años instalada en un ensimismamiento del que es incapaz, por intereses personales y tribales, de salir. Se han quedado sin respuestas y ante las nuevas preguntas que plantea la sociedad es necesaria la aparición de nuevos talentos y nuevos talantes. Hay que conservar lo bueno  que es mucho y muy válido,  y hay que reformar lo que el tiempo ha dejado obsoleto y lo que el exceso ha convertido en perturbador. Hágase con calma, con sensatez, pero con voluntad decidida. Ha llegado el momento del cambio y la sustitución en la Jefatura del Estado debería ser el principio de una larga travesía que devuelva al país a los caminos de la sensatez y el progreso del que nunca debimos alejarnos.  





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