Los socialistas atraviesan uno de los peores momentos de su historia reciente. La debacle electoral del 25 M, con la pérdida de nueve escaños en el Parlamento Europeo, ha sido el detonante que ha hecho saltar por los aires el estatus de conformismo en la derrota existente hasta entonces, pero la continuidad en el fracaso y la acumulación de errores venía de lejos. El resultado electoral ha sido la chispa, pero la metralla se había ido acumulando durante años.
La derrota o el error son situaciones transitorias si no se persiste en la desorientación que las provoca. El drama del PSOE es que lleva años instalado en una confusión permanente. La última legislatura de Zapatero elevó el caos a cotas difícilmente superables. Más de ciento veinte años de historia se vieron amenazados por un happy pandi tan snob como inútil y de tanta tontería sólo podía cosecharse decadencia electoral, desorden organizativo y pérdida del sentido de la realidad. Ahí está el resultado.
Ahora la teatralización de la banalidad como táctica y la acumulación de banalidades como estrategia han terminado. El PSOE es un partido en declive acelerado en el que es preciso acometer una transformación radical si no quiere terminar en la irrelevancia.
La decisión de celebrar un congreso extraordinario desde el que abordar los cambios que se imponen es un acierto. Anteponer unas primarias abiertas –como defendía el sector pijoprogre postzapaterista- hubiese sido un error porque el cónclave asambleario habría acabado convertido en una pasarela llena de palabras y vacía de contenidos. El congreso no garantiza la solidez argumental y estratégica que debe imponerse en la salida hacia la búsqueda del espacio electoral perdido- la obstinación en resistirse a los cambios es un mal que aqueja a todas las organizaciones-, pero, al menos, acota las posibilidades de exhibicionismos diseñados en laboratorios de imagen, tan de moda en los cenáculos entre políticos y periodistas madrileños.
Una vez alejados del precipicio de unas primarias apresuradas, el reto es encontrar una dirección que sea capaz de diseñar una hoja de ruta que no lleve al despeñadero. La búsqueda no será fácil. Los nombres que han sonado hasta ahora para liderar el proyecto tienen escaso recorrido. Eduardo Madina y Pedro Sánchez no se han distinguido por la elaboración de argumentos sobre cómo enfrentarse a la recuperación de voto perdido o sobre cuál debe ser la respuesta de la socialdemocracia a la crisis. La permanencia en el aparato y una moderada juventud son (casi) sus únicos avales. Carmen Chacón ha decidido no jugar y esperar la pirotecnia de las primarias. Lo que quizá no sepa y nadie la haya dicho es que su marcha a Miami en pleno debate independentista catalán acabará ahogando sus aspiraciones. Quien abandona la batalla no puede regresar pretendiendo ser el general que mande la tropa.
El otro nombre que suena es el de Susana Díaz. La presidenta andaluza es la única referencia sólida con que cuenta el PSOE en todo el Estado. Su victoria por casi diez puntos sobre el PP en las europeas la convierte en un referente indiscutido y los apoyos entre los barones socialistas indiscutible.
El drama, para ella, es que tiene que elegir entre tres opciones endiabladamente arriesgadas. Si continua como presidenta de la Junta y sólo como presidenta corre el riesgo de que si la salida del congreso no produce los beneficios esperados y el partido continúa con el rumbo perdido a nivel nacional, la situación de declive, más tarde o más temprano, acabará afectando y poniendo en riesgo serio sus expectativas en Andalucía.
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