En la actualidad muy pocas son las ciudades que no se han dotado de ordenanzas y medios legales para combatir el ruido que molesta y desvirtúa el medio ambiente. Pero estas actuaciones se orientan principalmente a la parte del día que la generalidad de los humanos dedica al descanso, es decir a la noche. Sin embargo, nadie repara en la otra mitad de la jornada. Es más, somos nosotros quienes atentamos contra el sonido ambiental mediante actitudes y comportamientos muchas veces incomprensibles. Cuántas personas encontramos por la calle provistas de sus cascos que les aíslan del ambiente callejero. Cuántos mensajes musicalizados hemos de soportar en tiendas y establecimientos comerciales que contaminan la sonoridad natural del entorno. Las calles ya no suenan a calles. Los atentados que contra el sonido natural cometemos a diario penetran las paredes de nuestros habitáculos. Quién no ha reparado en las largas horas de televisión ausente porque nadie le presta atención, pero el ambiente hogareño sí permanece envuelto bajo la atmósfera ruidosa del receptor televisivo, o bajo el soniquete reiterativo de la radio o de cualquier tecnología reproductora.
Sin ser un obseso del silencio, acierto a adivinar cuánta belleza medioambiental perdemos con los hábitos que con demasiada frecuencia nos imponemos. Si camináramos por las calles desprovistos de cascos tal vez descubriríamos que también habitan con nosotros diversas variedades de pájaros, podríamos saber cómo se oye el motor de un modelo determinado de motocicleta o cómo silban algunos escolares cuando se dirigen al colegio…y a lo mejor nos sorprendería el tañer de las campanas de alguna torre cercana que nunca habíamos oído. Y si la tele, la radio o cualquier otro instrumento sonoro solo los utilizáramos cuando realmente les prestamos atención sabríamos del valor del sonido de la vida que ,desafortunadamente para muchos, sólo es ruido.
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