“Susana es como Messi: cuando empieza la jugada nunca sabes cómo va a acabar”-, me lo dijo la mañana del miércoles y en medio de la catarata de opiniones que anunciaban el adelanto electoral una de las personas que más cerca se sienten (y se sientan) de la presidenta.
Desde que el 20 de diciembre la Asamblea de IU aprobó la posibilidad de someter en junio a referéndum entre sus bases su continuidad o no en el gobierno autonómico, la suerte estaba echada. Sin pretenderlo, sin ser conscientes de la bomba que acababan de activar, la coalición de Maíllo lanzaba su último envite. El error, el ingenuo error que cometió, es que lo hizo desvelando su estrategia. Su torpeza es equiparable a la del jugador que enseña las cartas al contrario en la última y definitiva jugada de la partida.
Con la decisión asamblearia de IU, a la presidenta de la Junta no le quedaba más opción que el anticipo electoral. Permanecer seis meses en la sala de espera a que un puñado de militantes decida si continúan manteniendo la coalición de gobierno hubiera sido una exhibición de torpeza, debilidad y dependencia.
Torpeza porque los augurios demoscópicos prevén un descalabro de IU en las municipales a beneficio de Podemos y, ante esta posibilidad más que probable, la decisión de convocar el referéndum sería imparable; tanto como la opinión mayoritaria de abandonar el gobierno. Si nuestra presencia en San Telmo- pensarían- no nos ha reportado ningún beneficio, ¿por qué mantenerla? IU se obstina en no querer ver que quien los está destrozando es Podemos y su patológico complejo de inferioridad ante el partido de Pablo Iglesias.
Susana Díaz sabe que, una vez anunciado, el referéndum no es una posibilidad, sino una realidad incontestable. Mantenerse en el gobierno hasta el verano les hubiera abocado a un escenario de debilidad permanente, sometiendo cualquier decisión al parecer de su socio, lo que, inevitablemente, hubiera invertido la relación de poder en el ejecutivo, haciendo depender las decisiones de la mayoría a la aprobación o el beneplácito de la minoría.
El síndrome asambleario transmitido por Podemos a IU ha sumido a la coalición en un estado de confusión del que sólo se pueden esperar errores. El entreguismo de Alberto Garzón a las posiciones de Pablo Iglesias merece una tesis sobre cómo caer en la impostura destruyendo tus fortalezas y sin obtener más respuesta que el desprecio.
Susana Díaz ha encontrado en “inestabilidad” que provoca la decisión de la Asamblea de IU el relato en el que sostener el adelanto electoral, pero sería de una ingenuidad conmovedora pensar que la decisión de Maíllo es el único motivo del adelanto.
La convocatoria anticipada de elecciones es una facultad exclusiva del presidente de cualquier gobierno y resulta obvio que uno de los factores que influyen decisivamente en esa decisión es si la situación electoral es propicia para quien tienen la potestad de tomarla. Sólo los cándidos de corazón defienden que esta es una circunstancia de tono menor.
Si Susana Díaz convoca elecciones para marzo es porque, entre sus posibles cartas de navegación, ese es el rumbo que más le interesa. Veamos por qué.
En primer lugar porque inicia la travesía en una posición privilegiada según sostienen todas las encuestas conocidas. No hay ningún sondeo que no pronostique su mayoría, aunque minoritaria.
Por otra parte el liderazgo de Juanma Moreno está todavía en construcción y la marca PP no está ahora mejor que hace tres años cuando, en el escenario más favorable, no logró alcanzar la mayoría absoluta. En cuanto a Podemos, su estructura en Andalucía apenas existe y, en cualquier caso, su atractivo electoral siempre será menor ahora que dentro de un año, cuando ya estén instalados con decenas de diputados en el parlamento español y con centenares de concejales y algunos alcaldes en la geografía española. Durante estos días estamos asistiendo a la trompetería ensordecedora que acompaña el inicio de la precampaña. Distingamos machadianamente las voces de los ecos y frente al ruido partidista apliquemos el silencio del sentido común.
No es difícil. Basta sólo con no estar contaminado de demagogia. Ni de unos, ni de otros.
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