De cuando en cuando me enfrento a los papeles de Fernando, mi marido, una cómoda llena de carpetas con artículos que, en su tiempo, le interesaron y que aún, no se si por ser de él o porque de veras lo son, me interesan a mí. Y es que cuando lo hago comienzo con una alegría especial y acabo con tristeza de pensar que hace ya 15 años que lo perdí, y tantos años de viudedad, aunque haya tratado de llenarme con un tener siempre algo que hacer, tener ante mi uno de esos dos mil y pico libros que completan mi biblioteca toda ella formada por él, y es que como decía para él era más importante que comer todos los días y alimentarse, su mayor y mejor alimento era la lectura… Cuando volvía de su trabajo, su mayor alegría era uno de esos buenos libros comprados por él de uno en uno, una buena taza de té, la chimenea encendida y, si era verano, un cómodo sillón en el jardín de nuestra casa “La Roca” y naturalmente yo a su lado callada y con otro libro entre mis manos. Lo de callada todo el tiempo él sabía que no era posible en mí, pero aceptaba con paciencia mis interrupciones sobre los comentarios del que yo estaba leyendo o cosas que se me ocurrían que no tenían nada que ver con la lectura.
¿Dónde tengo tanto libro? Muy fácil. Mis paredes son todas estanterías hasta en el pasillo, pero el solo pensar que esas hojas fueron pasadas por él me emociona muchas veces haciéndome añorar ese pasado que viví junto a él durante mis cuarenta y cuatro años de matrimonio, junto con mis escapadas al Ayuntamiento cuando fui concejal, o a la Cruz Roja bien al Hospital o a la Sede cuando fui nombrada por Enrique de la Mata presidenta de esta gran Institución, después vino Unicef, con los programas en la Cordillera Andina y en el cuerno de África.
No puedo olvidar tampoco la acogida en este periódico a petición de D. Rosendo, a partir del día en que me llamaron don Ginés y él y me pidieron que llevase los medios de comunicación social de la Iglesia. Al oírlos les contesté ¡Pero si yo no soy periodista! Y D. Rosendo me dijo: “pero Vd. escribe en la prensa y no se meten con Vd.”. Yo les contesté “es que yo procuro muy mucho no meterme con nadie…”. Entablé contacto con D. José María Gil Tamayo en la Conferencia Episcopal y con el párroco entonces de San Isidro en El Ejido como jefe inmediato. Comencé a funcionar, hice un Master de Comunicación Cristiana en Salamanca, y así fui aprendiendo algo para desarrollar mi trabajo. Un trabajo que me ha dado muchas satisfacciones y que ha llenado los huecos de soledad de mi viudedad gratificantemente durante todos estos años.
Iba a escribir sobre Salvador de Madariaga, uno de los libros de mi biblioteca que no había leído aún, me quedan muchos por leer, pero bueno eso queda para otro día.
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