Hay personas a las que sin querer se les caen algunas palabras cuando hablan. Ocurre que, en medio de una conversación, a veces intrascendente, aquellas que precisamente querían esconder terminan de manera accidental en el suelo, con todas sus vocales y consonantes quebradas por el golpe. Esas palabras ya son irrecuperables para siempre pero tienen la particularidad de que tras precipitarse al vacío siguen manteniendo la forma de quien las dibujó y el fondo de lo que querían decir.
Esto fue lo que debió de pasarle hace unos días a la número dos del Ministerio de Educación, Montserrat Gomendio, que derramó sobre la mesa del desayuno informativo al que estaba invitada dos palabras aparentemente contrapuestas, beca y préstamo, que formaron la idea de aquello en lo que trabaja a escondidas el Gobierno: que los estudios universitarios solo puedan estar al alcance de aquellos que tienen dinero para pagárselos.
Digo que esto fue lo que debió de ocurrir porque una vez que las palabras quedaron desparramadas, transcurrieron varias horas hasta que alguien del Ministerio se dignó a recogerlas. Tras terminar a buen recaudo, los servicios de comunicación del Gobierno concluyeron que esas palabras no decían lo que todo el mundo había escuchado mientras caían.
Pasados unos días desde el incidente, la Secretaria de Estado de Educación sigue sin desdecirse y nadie, ni su jefe, el ministro Wert, ha explicado de manera convincente si se es cierto que se quiere eliminar el sistema de becas en España para sustituirlo por un modelo de préstamos. Es decir, que quien no pueda pagarse una carrera tenga que recurrir, endeudándose de por vida, a un crédito que luego tendrá que reembolsar en ‘cómodos plazos’ cuando encuentre un trabajo.
Lo que tampoco ha quedado claro es si Rajoy, en esas, creará otro banco malo donde ‘colocar’ los títulos, en forma de activos tóxicos, que no puedan pagar los licenciados.
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