Tras escuchar el discurso del rey Felipe VI, me aflora una pregunta: ¿Qué presidente de una república democrática, moderna y respetuosa con la pluralidad lo hubiese mejorado?
Evidentemente, el discurso del rey contiene argumentos de defensa de la Corona; como no podía ser de otra manera para quien encarna, con convicción, una monarquía parlamentaria.
Si un discurso es una declaración de intenciones, se intuyen la más nobles y saludables para reconducir los rumbos erráticos que algunos han emprendido desde una pretendida singularidad que, en el fondo, esconde un sentimiento refractario a cualquier intento racional de unidad nacional. Ya se pueden hacer concesiones en catalán y euskera; nada, los presidentes de Cataluña y Euskadi continúan impertérritos en su cerrazón, sin aplaudir, aunque los contenidos del discurso real impelan a prorrumpir a cualquier demócrata que, de verdad, crea en la defensa de los valores expuestos, incluido el de la Corona: “No es un hombre más que otro si no hace más que otro”. Esta frase, recién acabada la Edad Media, la aplicó Cervantes en clara alusión a su evidente discrepancia con una suerte de herencia para alcanzar la más alta dignidad. Dicho por el rey -un rey para tiempos modernos-, erradica estigmas del Medievo y antepone la autoridad moral fruto del trabajo y los hechos como aval ganado y no sólo heredado. Desconozco los motivos de un sector de la población para continuar apelando a los “valores” de la II República. “Valores” que, sustentados por la incultura y envidia derivada en odio, condujeron a España a los momentos más oscuros de su historia.
Con la proclamación de Felipe VI no acaban las apelaciones a una consulta popular para dirimir en monarquía o república. Y me pregunto, de llevarse a cabo el dislate, qué pasaría en poblaciones donde ganase la república (por ejemplo, Marinaleda). Esta posibilidad, auspiciada desde sectores que “experimentan” aventuras y modelos periclitados tras fracasos, miseria y odio nos podría sumir en una escenificación insoportable de las dos Españas.
El rey Don Felipe VI, junto al Gobierno, han de emplearse en esfuerzos que resultan innecesarios en territorios que han superado la barrera de su indecente historia. Aquí, por desgracia, hemos tenido presidentes (Zapatero) que han evocado la Guerra Civil como talante de su exhibido rojerío. “Hay que mantener la tensión”; esta frase no es precisamente de Cervantes, es la declaración de intención opuesta -radicalmente opuesta- a la que expresaría y practicaría un gobernante con un mínimo de dignidad. Así, Zapatero, impulsor y responsable de muchos problemas que ahora nos asolan, logró despertar el fantasma latente y viral del guerracivilismo y las dos Españas; que no es otra cosa que eso que vemos por las calles o experimentos más alambicados como la intentona de contaminar España (Podemos) con el “modelo” exportado y subvencionado por la “República Bolivariana de Chávez y Maduro”.
Parecerá una frivolidad, pero creo que una de las tareas del rey… y la reina -que es periodista- será entablar razonable diálogo con algunas empresas de comunicación para, dentro de una razonable pluralidad, evitar los excesos y maniobras agitadoras de algunas televisiones nacionales que han dado inmerecidas oportunidades a intereses deleznables para la convivencia e indeseable proyección hacia una liza destructiva.
En cualquier caso, deseo salud, suerte y acierto. Felipe VI ha dicho lo que ha dicho, y ahora hay que verle hacer. Tiene mi confianza, fundamentada en la seguridad de una gran formaci&oac
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