Los elementos de la Naturaleza son objeto de la actualidad informativa con cierta frecuencia. En estas calendas, el agua moja los titulares casi a diario. A veces se debe a su escasez, como ocurre actualmente en gran parte de nuestra geografía, con las nefastas consecuencias para el campo, y en otras ocasiones el preciado liquido salta a los medios por su descontrolada presencia en nuestro hábitat con devastadores efectos. Como se puede observar y recurriendo al viejo refrán : “nunca llueve a gusto de todos”. En esta tierra se nos seca hasta el aliento o nos ahogamos cuando las gotas frías y las borrascas encuentran en esta esquina del sureste patrio un auténtico cebadero. Con más o menos grado de concienciación, aceptamos los vaivenes del agua y asumimos su tarjeta de visita, pero lo que hasta ahora no habíamos conocido es que la necesaria ingesta del liquido elemento fuese objeto de denuncia y sanción municipal de 100 euros por cabeza a un grupo de cinco jóvenes, y llevara el mítico nombre de Mojácar a los titulares de numerosos medios de comunicación y de las ágiles redes sociales con tintes bochornosos, amén de trasladar una imagen medieval de quien ha dado legitimidad a la referida ordenanza y de quienes la ejecutan por mucho principio de veracidad del que puedan gozar. Cualquier ciudadano puede entender que se proteja y defienda el interés general, pero lo que nadie entiende es que se redacten y aprueben unas ordenanzas con trampa. Si no se puede beber en la vía pública se debe especificar qué clase de bebida, y si, además, se castiga la permanencia y concentración de personas por realizar otras actividades que pongan en peligro la pacífica convivencia ciudadana, se debieran concretar dichas actividades. Lo que es impresentable, si no se demuestra lo contrario, es que se considere un botellón la ingesta de agua. De seguir así, habrá que reivindicar el “prohibido prohibir” de mayo del 68.
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