Llegan aún los ecos de los fastos de la proclamación de Felipe VI, pero llegan sólo, como es natural, los ecos de lo que pasó. De lo que no pasó, sin ir más lejos la presencia de una verdadera “representación de la sociedad española” en la recepción de Palacio, no puede llegar eco ninguno, aunque también es verdad que la España que faltó no está para besamanos, por mucho que, en lo económico, Montoro se diga dispuesto a devolver, vía IRPF, una pocas migajas del pan que su Gobierno le birló.
Sin ánimo de menoscabo a la calidad personal o profesional de alguno de los dos mil y pico invitados a la cuchipanda palaciega del día 19, cabe señalar que en los salones regios no se hallaba representación alguna de la España real, ni de los españoles que la soportan en sus hombros y en sus espaldas abrumadas. Observando la fila de genuflexos, vi un montón de propios que viven del Presupuesto en cualquiera de sus variopintas modalidades, algún torero, algún deportista y alguna señora del “¡Hola!”, pero ni rastro de esa “república de trabajadores de todas clases” que componen la nación, cualquier nación, todas las naciones. No vi, porque no estaban ni les esperaban, desahuciados de la hipotecas ni estafados por las Preferentes o por otras sirlas institucionales y bancarias, ni parados, ni emigrantes, ni inmigrantes, ni enfermos varados en las listas de espera, ni niños desmayados que habrían flipado con los canapés. Son, entre unos y otros, legión, millones y millones, pero no había ni uno en la bulla cortesana.
Pero tampoco vi en esa supuesta “representación de la sociedad española” carpinteros ni labradores ni maestros de escuela ni conductores de autobús ni pescadores ni electricistas ni albañiles ni taxistas ni enfermeras ni jardineros ni asistentas ni bomberos ni agentes de tráfico ni inventores ni transportistas, ni ferroviarios ni mecánicos, ni camareros ni panaderos, ni mineros ni a ninguno de los que construyen de veras España, cada día, con cada madrugón, casi siempre en precario, honradamente, dignamente, hasta que revientan. Dime a quién invitas, y te diré quién eres. Dime a quién no, y también. Tales son los ecos que siguen llegando del 19-J: los ecos del silencio. De los silenciados.
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