Primero el Rey y ahora Rubalcaba. En más de un sentido ambas renuncias están políticamente relacionadas. Son hijas de la incertidumbre nacida la noche del 25 de Mayo tras conocer los resultados de las elecciones. En el caso del dirigente socialista haber perdido dos millones y medio de votos le obligó a reconocer una evidencia: hacía tiempo que el público había abandonado el teatro mientras él seguía en el escenario. La abdicación de don Juan Carlos remite a claves psicológicas y políticas más complejas.
Visto que los sondeos de intención de voto tampoco pronosticaban grandes alegrías para el PP, alguien aconsejó al Monarca que si quería contar con el respaldo de los dos grandes partidos para asegurar una transición controlada y tranquila en la jefatura del Estado, había llegado el momento. El control de los tiempos es una de las claves de la política. Volviendo al anuncio de la retirada de Rubalcaba cabe decir que quien todo lo fue en el PSOE y casi todo en el Gobierno de España se va sin la gloria que quizá merecía su innegable talento de tribuno parlamentario. Hablo de su objetivo no alcanzado: la Presidencia del Gobierno. La otra, el reconocimiento tardío de antes de ayer por parte de sus colegas del Congreso, es letra pequeña de despedida para quien durante tantos años fue la imagen misma del poder. Su vida ha sido la política y a ella consagró todas las horas de sus días. La comparación con Fouché, “el genio tenebroso”, no le hacía justicia pero retrataba bien un rasgo común: su capacidad de supervivencia política. A diferencia de Churchill, Rubalcaba no ha tenido necesidad de cambiar de partido para no tener que cambiar de ideas. Su tragedia es que cuando ha querido ser él mismo, los votantes no le han seguido. Nada es para siempre y en democracia la gente se acaba cansando de los discursos lampedusianos en los que se proclama el cambio para que, a la postre, todo siga igual. Por lo demás, se va un político honrado. Un gobernante probo en cuestiones de dinero. Poder escribir ésto de un político en la España de nuestros días, es mucho.
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