Las excentricidades festivas

Es fama  ganada y, además agradecida, el espíritu lúdico y de divertimento que acompaña la idiosincrasia de nuestras tierras. Por fortuna el talante festivo es gen predominante en los rincones de nuestra geografía. Cuando arriba la primavera y el estío se despereza las aldeas, los pueblos y ciudades se sumergen en una suerte de celebraciones y festejos que alegran la vida y alivian las turbaciones del alma. La ocasión  propicia una amplia y variada programación de actividades de diversa índole, desde el ámbito  cultural al deportivo, desde el ocio a la exclusiva diversión. Este polifacético abanico de actos es aprovechado por una  abundante corte de ingeniosos creativos, asesores de turno y simples trepas de la cosa pública que no dudan en recurrir a la supuesta recuperación de tradiciones o a la restauración de costumbres para incluir en los correspondientes programas de feria los más sofisticados concursos, las más extrañas demostraciones de habilidades y cualidades. Concursos de tiro al plato con huevos o piedras, competiciones de bebedores de leche y de comedores de flanes o de otras viandas, campeonatos de tirachinas y de tiro con honda, amén de otras muchas genialidades, entre las que no me resisto a subrayar el “morlasco Alsina Graells”, una burda imitación de los Sanfermines en la que un autobús ejerce de toro que es sorteado peligrosamente por los valientes mozos, conforman una muestra de esa variopinta oferta de diversión que inunda calles y plazas. Un genio único del humor gráfico, nuestro querido Paco Martinmorales, ilustre alpujarreño, siempre ha sido muy crítico con estas invenciones lúdicas, entre otras razones porque ofrecen una imagen distorsionada de nuestros pueblos y ciudades. Y es que la historia, la tradición y las costumbres de nuestras fiestas no han de confundirse con la excentricidad y la chabacanería de los inventos nuevo cuño.