Coleta colecta

“Estamos rodeados de mercenarios a sueldo del Estado con el sedicioso interés de la desintegración”

Antonio Felipe Rubio
01:00 • 11 jul. 2014

Una de las pérfidas aportaciones del falso progresismo ha sido la perversión del lenguaje. La ridícula introducción de eufemismos y el sobrecoste del léxico con el compulsivo manejo del discurso de género han provocado el más que evidente distanciamiento entre la clase política y la gente “normal”. Y es que no es normal que la delincuencia y la traición se hayan travestido con la sordina de la corruptela y deslealtad institucional.


Las continuas apelaciones a la regeneración democrática no se pueden reducir a reformas técnicas sobre la mecánica del proceso electoral, elección de alcaldes, estatutos, aforamientos, prebendas… bastaría con llamar a las cosas por su nombre y aplicar el sentido común que opera en la calle, empresas privadas, familias… en definitiva, todo lo que rige la vida de las personas que se hallan exentas de alambicados blindajes, privilegios y artificios protectores corporativistas.


Es hora de que los gobernantes que se reconocen como sensatos pongan pie en pared y resuelvan diferencias lacerantes y ofensivas. Es necesario dejar claro dónde estamos; redefinir la democracia a su esencia; rescatar el Estado de Derecho pervertido; prestigiar la política y la justicia; combatir, con determinación, las amenazas de sedición y traición. 




No se puede hablar de deslealtad institucional cuando, en realidad, se trata de boicot y chantaje. Estamos rodeados de mercenarios –a sueldo del Estado de Derecho- con el sedicioso interés de la ruptura y la desintegración. 


Y no me refiero sólo a los independentistas reconocibles por su enfermiza contumacia y persistencia. Existe un nuevo enfoque sobre la función de gobierno y oposición que se reduce a la mutua aniquilación en aras de la preeminencia en el poder a toda costa y coste. 




Algunas formaciones políticas han acreditado su homologación como secta perniciosa. Hay ejemplos. Algunos tan elocuentes como el del alcalde comunista de Villaverde del Río (Sevilla) en una antológica intervención con abertzales en Tolosa: “Los marxistas no estamos en las instituciones para afianzarlas (…) estamos para desenmascararlas y destruirlas (sic)”. Otros, con discurso acomodado a la fácil demagogia, hablan de “casta”; eso sí, parasitando al sistema que les permite hospedar a riesgo de alcanzar ruina, enfermedad y famélica existencia.


Existen valiosas y necesarias nuevas aportaciones en la administración de justicia (violencia de género, racismo y xenofobia…). Sin embargo, aún no se clarifica el delito de traición como uno de los más perniciosos y extendidos en las continuas averías que algunos dirigentes perpetran con ánimo de confrontar, disturbar y desestabilizar.




No faltan los que matizan sobre el terrorismo de ETA con “explicaciones políticas” y, desde sobrias y austeras sobreactuaciones, emprenden acciones judiciales contra los que les evidencian y desenmascaran sus aviesas intenciones (Esperanza Aguirre). Y para que todo se exhiba desde la factoría de afectos a la secta, qué mejor que una coleta-colecta con efectos fulminantes en tiempo y cuantía. Todo un ejercicio de reafirmación y respaldo de adeptos: confirmación de instilación positiva del suero revolucionario. Nuestra “coleta-colecta” es muy superior al “cepillo” de sectarios advenidos a la redención. Nuestra contribución como ciudadanos ha de encontrar una contraprestación que trascienda de la reparación macroeconómica; por otro lado, asunto de vital resolución, pero no el único. Y, por favor, evitar retórica épica tal que “cuando el espa&ntil


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