Dentro de unas horas los socialistas habrán elegido a quien deberá ser a partir de ahora su secretario general y, por tanto, cuando escribo, desconozco quien de los tres competidores habrá sido el ganador. Todo apunta a que solo Pedro Sánchez y Eduardo Madina tienen posibilidades reales de triunfo y, entre el madrileño y el vasco, los análisis periodísticos más razonados se inclinan por el primero. Ya veremos.
He seguido la campaña de los tres candidatos con cierta lejanía, no sé si motivada por el escepticismo propio o la falta de atractivo ajeno, pero, desde esa distancia, me atrevo a opinar que Sánchez, Madina y Tapias no han traspasado la línea de ser tres aspirantes distintos y ningún líder verdadero. La capacidad de seducir con propuestas nuevas que permitan conectar con las demandas de la sociedad no me ha parecido equipaje que vaya en sus mochilas. Detrás de sus propuestas hay muchas palabras pero menos ideas de las que serían necesarias para sacar a un partido del laberinto en que se debate.
El miércoles, leyendo las crónicas del derrumbe de Brasil ante Alemania, encontré una frase bellísima en la de Ramón Besa, en El País, en la que reflejaba el sentimiento desolado de los brasileños tras la derrota escribiendo que “la tristeza nao tem fin, la felicidade sim”. Acabé de recorrer las ocho palabras y encontré en ellas una de las mejores definiciones con la que podría identificarse el sentimiento que embarga al PSOE desde antes del desastre a que le condujo con paso firme la debilidad insoportable del zapaterismo.
Desde hace cuatro años los socialistas están instalados en una tristeza sin fin. La certeza de que la felicidad del tiempo pasado estaba llegando a su final les produjo un estado de melancolía del que todavía no sólo no se han recuperado, sino que se les presenta como interminable. El drama principal de sus dirigentes es su incredulidad, la asunción determinista de que el deterioro electoral es irreversible. Como cantó Serrat en su memorable romance a Curro El Palmo, no sabemos si fue la pena por lo perdido o la falta de hierro en sus convicciones, pero lo cierto es que ves a sus dirigentes nacionales y parecen que van de entierro.
Sólo Andalucía se salva del naufragio. Es aquí donde los socialistas tienen su refugio. Si Arenas hubiera alcanzado la mayoría absoluta que le pronosticaban todas las encuestas, el PSOE sería hoy un partido condenado sin remedio a la irrelevancia.
Por eso durante las semanas transcurridas desde el derrumbe de las elecciones europeas todas las miradas se posaron en el sur. Todos estuvieron pendientes de lo que decidiera Susana Díaz, todos pensaron que sin los socialistas andaluces la reconstrucción era imposible.
La presidenta andaluza decidió no encabezar la reconquista, pero sabe que el proceso no podrá hacerse sin el respaldo de la organización regional que ella lidera. Lo sabe ella y lo saben el resto de la militancia y es en ese detalle y en su inclinación implícita por Pedro Sánchez donde puede estar la clave que incline la balanza.
Andalucía es el territorio con más militantes y va a ser quizá la organización en la que el porcentaje de voto alcanzará las cotas mayores, dos circunstancias que serán determinantes en el recuento de esta noche. La movilización de los socialistas almerienses a favor de Sánchez es inequívoca y, salvo la vieja guardia, hasta los enemigos de Sánchez Teruel han tenido de aparentar su apoyo al candidato de Susana. (Otra cosa es lo que hagan hoy en la votación secreta que ya se sabe la filosofía del guerrismo almeriense: Votemos a quien queramos pero digamos lueg
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