Un buen día de los años setenta, cuando apenas la UCD de Suárez campaba mayoritariamente en el país presencié la cobertura informativa de la visita de un dirigente de aquellos primeros amaneceres del tardofranquismo a un pueblo de la comarca del Almanzora. De un seat cientoveintisiete blanco, con un rótulo en negro en el que se leía “Ideal”, descendió un señor enchaquetado, de mediana edad, que cuaderno en ristre comenzó a sellar algunas anotaciones de la conversación que a escasa distancia mantenía el cargo político con el alcalde de turno.
Supe entonces que aquel paisano era el corresponsal en la zona del rotativo granadino. Era el primer periodista de carne y hueso que pude ver con mis ojos de adolescente soñador. Un sueño muy lejano compartido con mi primera novia, esa que dicen nunca se olvida. Ambos anhelábamos ser periodistas. Sentí entonces una incontenible envidia de aquel buen hombre . Había descubierto en vivo y en directo a un periodista , no de raza como tópicamente precisarían algunos, sino como afirman en mi pueblo “de nacencia” y de vocación.
Al cabo de los años, en plena transición política, la duermevela de una tarde agosteña rompió mi escucha del programa “La provincia”, de la Cope, con la crítica valiente que hizo aquel corresponsal que tanto envidié a una de las crónicas que un servidor había publicado en “La Voz”, en donde días después se insertó mi réplica. Unas semanas después un amigo común nos presentó en la feria de mi pueblo. Las diferencias profesionales sobre el objeto informativo de disputa quedaron saldadas con un inmenso abrazo a Paco Torregrosa, inicio de una vieja, entrañable y estrecha amistad, que me honra a diario y que me ha permitido conocer al mejor corresponsal y a un profesional de raíz, ahora galardonado con uno de los premios Almanzora de la Voz de Almeria, pero sobre todo a un ser excepcional como toda su familia.
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