Puede que haya quien las vea como una captura de peso para su galería particular de trofeos o como un éxito para los álbumes de sus redes sociales, pero cuanto más las miro, más las contemplo como un homenaje a la infinita capacidad del ser humano para transformar la potencialidad de un paisaje. Me refiero a las fotografías que muchos almerienses están publicando estos días en las redes sociales junto a personajes de cierta relevancia social y/o deportiva que están tratando de pasar unos días de tranquilas vacaciones en Almería. Adivinen quiénes salen sonriendo y quiénes no. Es una impresión personal, pero por las caras que llevan en las fotos los personajes reclamados para la instantánea no sé yo si estarán pensando en volver pronto a Almería. A este paso, entre las nuevas tecnologías y la vieja mala educación de toda la vida vamos a acabar repeliendo a cuantos quieran venir a pasar unos días buscando alejarse momentáneamente del estrépito cotidiano. Y es que una cosa es que de esta labor se ocupen los profesionales de la prensa (por cierto, con bastante menos gusto que el que tenían aquellas primeras crónicas de veraneantes ilustres en Mojácar o Aguamarga que firmaban Tico Medina o Martín Navarrete, entre otros) y otra que el comensal, la vecina o el camarero de turno quiera convertirse en reportero de bolsillo sacando su teléfono y molestando pidiendo fotos a diestro y siniestro. Ya sé que habrá muchos que vean exagerada esta reflexión pero créanme: quien viene a Almería después de muchas horas en coche y busca “perderse” en un rincón de la costa, viene precisamente a eso y no a inmortalizarse en los teléfonos del personal. Buena parte del secreto de la costa almeriense era que aquí dejábamos a mucha gente que se creyera anónima por unos días. “Era”, verbo en pasado. Ojalá los “selfies” no acaben con esa sana costumbre.
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