Que pare la guerra, que me bajo

“En el conflicto palestino-israelí impera el odio, pero también el interés económico”

Rosa Villacastín
23:56 • 15 jul. 2014

Resulta doloroso ver cómo se agrava el conflicto palestino-israelí sin que ninguna de las grandes potencias se atreva a levantar la voz contra lo que a todas luces es una masacre de civiles.


 Independientemente de quién haya comenzado esta guerra absurda, lo cierto es que la desigualdad en medios aéreos y terrestres es tan abismal como el número de muertos palestinos. De mujeres y niños cuyo único pecado es haber nacido en una parte del mundo en permanente conflicto. 


Se podrá argumentar que Hamas es un grupo cuyo único objetivo es vencer a sus enemigos al precio que sea, y que los israelíes lo único que hacen es defenderse. Pero también se puede argumentar lo contrario, que los israelíes lo que pretenden es anexionar a su territorio lo poco que le queda al pueblo palestino. Y todos tendrían parte de razón. Y esta guerra, junto con la desidia de las grandes potencias, es lo que ha permitido que hoy cualquier resquicio de solución sea imposible.




Lo han intentado todos y cada uno de los presidentes norteamericanos, lo ha intentado recientemente el Papa Francisco, el presidente egipcio, todos sin éxito. Lo que demuestra que no hay voluntad real de acallar las armas, vengan de donde vengan los disparos y las bombas.


   Negar que en Palestina hay fanáticos sería un error, de la misma manera que lo sería creer que el extremismo sionista se limita al aspecto religioso o de vestimenta. No sé cómo, ni de qué manera, ni con qué argumentos, pero estoy segura que se podría solventar, como se han solventando otros. Como no se consigue nada es bombardeando ciudades, casas, escuelas, matando niños inocentes, mujeres o ancianos. 




En este como en otros conflictos impera el odio, el fanatismo, y la crueldad, pero también el interés económico por hacerse con un territorio que no le pertenece a Israel y que ha obligado a cientos de familias palestinas a refugiarse en países limítrofes, desbordados por una tragedia que no tiene fin.





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