Espero que no sea demasiado tarde el día en que alguien, por fin, se dé cuenta de que convertir la política en un festival de gestos y guiños no es progreso sino azogue. Lo digo porque en el PSOE parecen empeñados en ir de gesto en gesto hasta la derrota final, lo cual es poco operativo para el futuro de España. En este contexto de acelero y aliño argumental podemos enmarcar la sorprendente decisión del nuevo secretario general de los socialistas españoles, Pedro Sáncez, ordenando a los catorce eurodiputados socialistas para que no votasen como presidente de la Comisión Europea a Jean-Claude Juncker, rompiendo así el compromiso adquirido no sólo con sus correligionarios socialistas, sino también con populares y liberales europeos. El gesto ha tenido un poco de esa rebeldía idiota que sabes que no lleva a ningún lado pero que gusta mucho a los menos exigentes, como cuando James Dean se enfadaba con el mundo en “Rebelde sin causa”. Es el precio que pagas por ser guapo: si vas buscando siempre el perfil que más te favorece según la luz del día, al final acabas estampándote o metiéndote en un charco. Y mientras los pelotas y abrazafarolas de cuota van aplaudiendo el gesto del ebúrneo líder, el PSOE descubre que su bien perfilado líder no sólo les ha hecho perder crédito y confirmarse como los menos fiables de toda Europa, sino que además les ha puesto de la mano de los antieuropeístas más radicales. Entre esto y sus tics maniáticos sobre la religión, el aborto, el federalismo y el todos-y-todas-punto-com, al señor Sánchez sólo le falta buscar una bandera norteamericana y una silla para convertirse en la Reedición Premium del inolvidable presidente Zapatero, que ha vuelto del silencioso recuento de nubes para pedir una “autoridad religiosa global” para velar por la paz. Es lo que hay.
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