A medida que los calendarios vividos se amontonan, comienza a aparecer el hastío sobre determinadas personas y determinados asuntos. Del castizo “eres más pesado que una vaca en brazos” hemos pasado al “eres más pesado que un nacionalista”. Algo parecido me comienza a suceder con el conflicto entre Israel y Palestina. Llegué a los periódicos y a las emisoras de radio, cuando palestinos e israelíes se mataban con gran vocación, llegó la televisión, la prensa escrita ya se lee en Internet, y los palestinos e israelíes siguen a lo suyo, pese a aquella Conferencia de Madrid, que tantas expectativas suscitó entre los más inocentes, incluido el que suscribe.
Creo que era Daniel Baremboin el que decía que los israelíes se dormían soñando que, al despertarse, los palestinos habrían desaparecido; mientras los palestinos se acostaban creyendo que, al día siguiente, no habría Estado de Israel. Y el problema se reanudaba al despertarse.
Los palestinos matan porque consideran -y es cierto- que les han arrebatado sus tierras sin consultarles, y los Israelíes creen que su estancia allí es producto de un acuerdo internacional -lo cual también es cierto- y matan para preservar su independencia.
Ignoro qué sucederá en el futuro, pero las independencias siempre se ganan con una guerra (Estados Unidos, España, Méjico, Francia etcétera) y todos los estados actuales se forjaron sobre un montón de cadáveres, fueran de inocentes, héroes o tontos. Que exista alguien, a estas alturas de la Historia, que crea que la independencia se gana a través de un trámite administrativo, como pagar una multa, es de aurora boreal. Y tan iterativo y cansino que uno llega sentir un hastío que es tan lógico como insolidario, porque muere mucha gente inocente. Pero mientras Hamás exista será imposible la paz porque el grupo terrorista sólo cree que la aniquilación de los judíos es la solución del problema, sin olvidar a los halcones judíos que piensan, y puede que estén en lo cierto, que es muy difícil negociar con los musulmanes si no es desde una posición de fuerza. De momento, estamos en el penúltimo alto el fuego. Hasta que las brasas se aviven.
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