Hoy no podríamos imaginar ver las chozas de caña a la orilla de la playa del Palmeral, donde habitaban las primeras familias zapilleras, a las que, en los años cuarenta del s. XX, se les proporcionaron las primeras casas del actual Zapillo. Tampoco me hago a la idea de contar con un pozo negro compartido, haciéndonos cargo de su limpieza periódicamente, de noche, como antaño, o teniendo que venir alguien semanalmente a recoger las basuras para reciclarlas como estiércol.
Aunque el Zapillo de hoy, nada tiene que ver con aquel, entre otras cosas, por la contribución de todos mediante tasas e impuestos, tampoco podemos permitir tener un barrio abandonado por Ayuntamiento, aun a sabiendas de ser uno de los barrios con mayor afluencia turística en verano.
Duchas inundadas en la playa año tras año, huecos para árboles pero sin ellos, boquetes en las pistas deportivas de la Av. Mediterráneo, aceras sin rebajar en los pasos de peatones a las puertas del Colegio San Fernando, acceso tercermundista al mercadillo de la Vega de Acá por la Av. Mediterráneo,… es un botón de muestra del barrio que sufrimos cada día. Pero lo peor es la suciedad que inunda las calles y plazas que no han visto en años una máquina que las limpien.
Como vecino del Zapillo, hice uso de mi derecho ciudadano de denunciarlo en el último pleno del Ayuntamiento y, aunque agradezco la predisposición del Alcalde al término del mismo por arreglar alguna de las cuestiones, otros concejales no encajan la crítica o la demanda, y echan balones fuera reprochando mi condición política para continuar haciendo dejación de sus funciones, y tratan con desprecio a otros vecinos desesperados por su estado de desempleo.
El salón de plenos del Ayuntamiento debería ser el sancta sanctorum de la ciudadanía, y no utilizarse en exclusiva por el Alcalde y su equipo de gobierno como si fueran el Sumo Sacerdote de Israel en el día de la Expiación, olvidando que se deben a lo más sagrado, los ciudadanos.
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