Cada día, al amanecer, inspecciono la prensa sin esperanza de encontrar otra cosa que más de lo mismo. Agosto comienza su trabajo anestésico y los ciudadanos del hemisferio norte buscan las playas para huir de este calor infernal. Las redacciones se vacían; quedan los que menos antigüedad tienen si es que algunos tienen antigüedad.
Más de lo mismo: Israel profundiza su ofensiva en una Gaza que es ya un remake del Ghetto de Varsovia. En Gaza no hay medicinas ni alimentos. No se respeta a la población civil y las acciones del ejército de Israel, que cuenta con el respaldo incondicional de EEUU, ataca escuelas, centros protegidos por la ONU, y cualquier objetivo civil.
Antes y durante la II Guerra mundial, los judíos, su exterminio, no fue nunca invocado como una de las razones de occidente en su guerra con Alemania. Hay testimonios históricos de que el Vaticano conocía con detalle el exterminio judío. No hubo reacción de la Iglesia Católica ni siquiera retórica. Ahora pasan algunas cosas que tienen mucha semejanza, con el sarcasmo de que las víctimas son ahora verdugos.
El mundo árabe cierra los ojos ante la masacre del pueblo palestino. Claro que Hamas es un movimiento de provocación que crece con sus propios desmanes. ETA era un movimiento terrorista que puso en riesgo la pervivencia de la democracia en este país. Y el GAL y los crímenes de estado fueron juzgados y sancionados como crímenes y abusos de poder. Mañana me despertaré con una nueva cifra de asesinados por el Estado de Israel en su inútil, cruel e ilegal ofensiva de Gaza. Me encontraré con los mismos silencios cómplices de los organismos internacionales, de la Unión Europea y de los partidos políticos españoles. Con la indiferencia de los ciudadanos del mundo. Los palestinos de hoy, como los judíos de ayer, no tienen quien se interese por ellos. En eso, la historia ha unido por los lazos de sangre del racismo a dos pueblos, el palestino y el judío, con el cambio de roles insoportable que ha convertido a las víctimas de ayer en los verdugos de hoy. Cierro la prensa de la mañana sumido en una profunda indignación y tristeza, sobre todo al observar el silencio y la complicidad de muchos intelectuales judíos que han tenido mi respeto hasta que la cobardía o algo peor les ha hecho asumir el rol de los verdugos que tanto repudiaban.
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