Somos un país de excesos y de polémicas. No hay una sola cuestión en la que si se juntan dos personas no haya dos, incluso tres, opiniones diferentes. Por eso no es de extrañar la polémica que se ha organizado por la repatriación desde Liberia del religioso español Miguel Pajares que, de entrada, suscitó una alarma injustificada.
Que el sacerdote y la religiosa estén ya siendo atendidos en un hospital en España es un acto de humanidad y de justicia que sólo desde el sectarismo anticlerical y la miopía fanática puede ser criticado.
Liberia después de dos sangrientas guerras civiles prácticamente seguidas es un estado fallido, donde un puñado de héroes anónimos está intentando ayudar a una población machacada por el Ébola y la indiferencia de los países ricos. Los dos religiosos españoles el padre Miguel y la hermana Juliana llevaba allí dos años trabajando codo a codo con escasísimos medios y debido a eso el primero contrajo la enfermedad.
Sólo el hecho de que se pueda plantear que la orden de San Juan De Dios debería hacerse cargo de la factura de la repatriación me parece un exceso propio de una sociedad fría y deshumanizada. Los misioneros son gentes solidarias que ayudan y arriman el hombro donde los estados y los políticos no llegan o no quieren llegar. Que algunos se hayan planteado la posibilidad de cobrar el billete de vuelta en el avión convertido en burbuja es sonrojante se miré por donde ser miré. A mí me da igual su condición de religiosos, son compatriotas que han dedicado su vida a ayudar a los demás.
El virus del Ébola se detectó por primera vez en 1976 y estoy convencida que si en vez de ser una enfermedad mortal que se desarrolla en África este mortífero virus hubiera aparecido en Occidente hace años que habría una vacuna eficaz para luchar contra el mismo. Hay tantas formas de analizar este tema y tantos silencios cómplices con el abandono y miseria en las que se encuentran muchos países africanos que situar la polémica en la repatriación de estos dos misioneros es vergonzoso y paradójico. En este país de excesos verbales nos enzarzamos en polémicas huecas en vez de señalar con el dedo acusador a realidades terribles y ciertas.
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