En plena canícula, cuando la primera tercia de agosto se pierde bajo el inconsolable llanto de San Lorenzo, cuyas lágrimas cruzan inciertas como flechas incendiarias en estas serenas noches del estío almeriense,“Chambi”, un tema del grupo “Pesadilla Electrónica” que disfruto en directo en uno de sus conciertos nocturnos, en una certera versión con tuba y trompeta, me lleva a rememorar otras vidas y otras calimas. Habla la letra de la convivencia humana, de la necesidad de evitar que se pierdan las buenas costumbres, los modales adecuados y las corrección en el trato pese a las lógicas y naturales diferencias que entre seres humanos puede y debe existir. Ese planteamiento lleva a los autores almerienses a ofrecer en su canción a un visitante diferente un “chambi”, el helado generalizado que tomó nombre de sándwich americano, sobre todo en el Sureste español, aunque más en concreto la gama de granizados: “Te he preparado este chambi,/no lo tengo, voy a la cola a esperar./¿Has recogido ya el chambi?/ No lo tengo, voy a la cola a esperar”.
En el corazón del chambi hospitalario, del obsequio sincero, al margen de las diferencias personales, se lee la autenticidad, el valor del arte-sano, las cualidades de los primeros granizados fabricados al amor del helado. Era el chambi que en días como estos los vendedores, generalmente heladeras, te ofrecían con sus inconfundibles carrillos a rastras bajo la sombra de cualquier árbol, en cualquier rincón o parque. Eran los carros del chambi que en la plaza de mi pueblo paseaban su irrepetible encanto de la mano de las dos últimas chambileras: María Sánchez, más conocida como María “la minera” y Ana María “la Reviva”. Frente a frente, bajo el paraguas de los castaños de India, las dos afanosas heladeras supieron endulzar el paladar de numerosos vecinos a quienes la vida vestían en verano con aquellos escasos, pero únicos y exclusivos sabores de las últimas chambileras.
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