Una somera ojeada a los titulares de la actualidad de cada día debiera hacernos reflexionar acerca del entorno que nos rodea. La realidad nos hace habitantes de un mundo al revés, sin lógica ni sentido, en el que los humanos acentuamos nuestro parecido con los semejantes animales de un zoo-ilógico en lugar de un zoológico como Dios manda.
Ahora, los profesionales ejercen actividades diferentes de las propias, los titulados han tenido que poner tierra de por medio para buscarse las habichuelas, los albañiles se han hecho agricultores, los campesinos son camareros y los músicos titiriteros, entre una amplia e ilógica casuística de nuestro tiempo. Habitamos una sociedad que me trae a la memoria el zoo-ilógico descrito magistralmente por un querido y viejo colega, una casa de animales con una curiosa fauna. Allí encontramos un león que se negaba a rugir en tanto que no le concediesen el salario mínimo interprofesional, un tigre que desde su infancia usa el mismo traje a rayas porque no ha podido comprar otro por sus escasos recursos económicos, dado que no recibe ni la más mínima ayuda social, y un rinoceronte a quien engañaba su infiel pareja sin que él pudiese disimular la protuberancia de su cabeza. La nómina vecinal de este insólito zoo era más amplia y ofrecía casos muy interesantes, como el de la llama que pese a su nombre de pila no servía ni para encender un cigarrillo porque ni tan siquiera poseía un mechero de yesca; también existía un hipopótamo cabreado porque el equipo de submarinista que había pedido no logró pasar los intensos e indiscriminados controles de la aduana, o una serpiente en paro forzoso por el precio de las manzanas; un búho coqueto con los párpados pegados por el rimmel y, especialmente, un avestruz que metía la cabeza donde encontraba hueco para no ver lo que ocurría en el mundo, tan ilógico como el zoo.
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