Límites

Nos quieren hacer creer que no hay límites, pero están ahí esperando al ser humano

Javier Adolfo Iglesias
21:28 • 19 ago. 2014

Los límites siguen existiendo aunque tratemos de ignorarlos. Tarde o temprano nos encontraremos con ellos, por eso son límites. Existieron al inicio del Universo y nos pagarán el gran fin de fiesta entrópico. Pero la sociedad actual digital y del espectáculo nos engaña de múltiples formas para creer que no existen. Coreamos “Podemos” o “Sí se puede” cuando no todo se puede, que se lo digan a Arrow quien descubrió el límite de la armonía en las decisiones colectivas. Fuera de la asamblea, dijeron algo complementario Heisenberg o Schrodinger.  


El límite se manifiesta  como imposibilidad, normas, como golpe,  como ley, como dolor, conflicto, vómito, como silencio, enfermedad ...o el límite perfecto, la muerte. Hace pocas semanas me enteré de que por ley no hay socorristas  en las playas salvajes alejadas de los cascos urbanos. Es decirle al ser humano, ahí te quedas, tú solo con el límite, ¡descúbrelo si te atreves! Por ejemplo, la Playa de los Muertos, con su belleza, su fama e incluso la sonoridad de su nombre  ‘Stevensoniano’ incita a visitarla y a soñar sin límites. Pero están ahí acechando, sobre todo cuando sopla el levante. Entonces el mar no sabe de belleza ni de evocaciones y convierte su orilla en el límite para los humanos.


Internet no ayuda a que tengamos presente esto, especialmente a los jóvenes, los cómicamente llamados “nativos digitales”. La tarifa plana fue el primer engaño para hacernos creer en la comunicación sin fin, sin límites, pero ni siquiera los ciberadictos pueden dejar de dormir o comer. En los últimos meses surgió un momento de racionalidad en este país y se preguntó si en Twitter hay  límites para el insulto o la amenaza de muerte. Igual en Youtube, que dulcifica los límites y hace que las caídas más dolorosas nos parezcan risibles. En televisión otro tanto, las tertulias y magazines televisivos nos hacen creer que hay que hablar sin límite y chillar sin límite, incluso que cualquiera que habla sabe sin límite.  Por mucho que nos engañen los sacerdotes del género, hay límites en las relaciones humanas que depen- den sobre todo de uno mismo. Hay límites en las curvas, límites en el estómago, en el sexo,  en el dinero o en el mar...incluso en el periodismo.  Kant diseccionó al hombre sin límites, dotado de imaginación pero él bien que consultaba el reloj de Königsberg todos los días.   







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