El verano pasado, debido a complicaciones familiares, apenas pude llevar a cabo un par de escapadas. Una de ellas fue a Mérida. Tenía deseos de contemplar la puesta en escena que había ideado Juan Carlos Plaza y, sobre todo, tenía la inquieta curiosidad de ver a Concha Velasco interpretando a Hécuba. Amo tanto a los clásicos y quiero tanto a Concha, que me apresaba el miedo y la ansiedad. Y fue una satisfacción observar cómo más de dos mil personas seguían las peripecias del texto escrito por Eurípides, hacía más de 25 siglos, como si fuera una película de Hollywood recién estrenada.
Concha le transmitió a “su” Hécuba la rabia, la rebeldía y el desgarro que precisaba el personaje. Y el abatimiento y la postración llegado el caso. Magnífica. Convincente. Genial. Es una lástima que el momento más brillante del teatro sea algo fugaz que no se archiva en ninguna parte, excepto en la memoria del espectador. Y guardo memoria de una representación inolvidable.
Este año le han dado a Concha el premio Emérita Augusta 2014. Merecida recompensa. Le llega en un momento en que la más grande de nuestras actrices tiene su propio drama al que ha plantado cara con la decisión de siempre. Al poco de saberse las noticias de su trastorno hablé con ella por teléfono, pero es tan generosa que se las arregló para que hablásemos más de mi salud que de la suya. Generosa con sus hijos, con sus amigos, con sus compañeros, con su familia, una generosidad que casi parece competitiva con cualquier otra.
Creo que este año, con motivo del quinto centenario de Santa Teresa, volveremos a contemplar por televisión la magnífica Teresa de Jesús que protagonizó en una película y una serie dirigida con maestría por Josefina Molina. Y allí volveremos a admirar la ductibilidad de Concha, su convincente quehacer. A partir de ahora podríamos decir su “augusto trabajo”. Y es que sólo una mirífica actriz puede ser Hécuba, Santa Teresa, o hacernos creer que las chicas de la Cruz Roja son tan maravillosas como ella, tan sencillas y tan apasionadas, que siempre le tuvimos envidia a Tony Leblanc. Tenemos pendiente una cita en los jardines del Ritz. Y, cuando se produzca, será porque la vida sigue adelante.
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