Queridos diocesanos:
Llega la fiesta de la Patrona y nos disponemos en estos días festivos a rendir el culto que la Virgen del Mar recibe de sus hijos de Almería, deseosos de paz y de prosperidad, y de esa alegría de vivir que es experiencia de gracia y don de la misericordia de Dios, que nunca deja de socorrernos. En ello tiene su propio cometido y parte la Virgen bendita, la Madre del Señor, que intercede por todos y cada uno. Glorificada en el cielo y partícipe de la resurrección gloriosa del Hijo de Dios, María se une a la intercesión única de Cristo, el Mediador universal, en favor de los hombres.
Permitidme, queridos diocesanos, que pare mientes en las contradicciones que se manifiestan en nuestra vida diaria y desmienten el supuesto fervor de tantos cristianos. Son contradicciones que sólo una profunda renovación de la fe y de la práctica cristiana de vida puede contrarrestar. Los hijos de esta tierra cristiana hemos de tomarnos en serio renovar nuestra fe católica, buscando la coherencia que exige una vida amparada por la intercesión orante de la Madre de Dios; de lo contrario, no podremos transmitir la fe a la nuevas generaciones, que perderán el sentido cristiano de la vida. Si no lo hacemos así, ¿cómo podremos contrarrestar el materialismo que tienta a los jóvenes, acosados como están por el hedonismo de nuestro tiempo, que ni siquiera la crisis económica ha podido quebrar?
Hay cristianos que, en efecto, se dicen muy fervorosos, pero no dudan en contradecir tanto los contenidos doctrinales de fe católica y la conducta moral que de ellos dimana. Hemos dicho siempre con el adagio que no es posible repicar y estar en la procesión, manera popular de traducir con acierto la enseñanza de Jesús: «Nadie puede servir a dos señores. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mateo 6,24).
Pongamos algunos ejemplos, para mejor aclarar las cosas. La corrupción de la vida pública y privada y salir en la procesión no son realidades conciliables. Del mismo modo, el proyecto de Dios sobre el matrimonio, claro y definido en palabras de Jesús, no es conciliable con su reducción a convivencia disoluble, temporal y meramente de hecho, cerrada a la transmisión de la vida como don de Dios. Ni la legislación ni la conducta de los hombres puede modificar la voluntad de Dios y la realidad de las cosas; y no se puede ser cristiano y no acoger el designio de Dios sobre el hombre y la mujer, llamados a ser «una sola carne» (Mt 19,5).
Sucede, pues, que las procesiones son confesión al mismo tiempo de la fe creída de quienes van en el desfile procesional, no manifestaciones reducibles a solo folclore, aunque sean de interés turístico en diverso grado. La fe y la cultura van de la mano, porque las manifestaciones de la fe en sí mismas son cultura, pero trascienden la cultura precisamente por eso, porque son manifestaciones de la fe.
Los misterios de nuestra salvación son celebrados en el contexto y desarrollo del año litúrgico y no pueden ser acomodados a capricho por los intereses estivales turísticos o económicos que las celebraciones cristianas mueven cada año. Sería necesario reflexionar sobre la utilización de las fiestas religiosas, supeditadas a intereses que las desfiguran. Tendríamos que reflexionar, si queremos permanecer como cristianos, sobre la pérdida del significado del domingo, tan amenazado en su valor religioso y también humano.
La fiesta de la Patrona es una ocasión privilegiada para renovar la vida cristiana, porque la Virgen aparece ante los ojos del pueblo cristiano en su verdad plena, como sierva de Dios y hacedora de la Palabra divina, que se hace carne en sus entrañas convirtiéndola en Madre de Dios. El ángel encuentra y deja a María en aquella obediencia de la fe que hace de la Madre del Redentor del mundo paradigma y figura del verdadero pueblo fiel, del cristiano que sigue por la senda del discipulado del Señor guardando la Palabra divina.
Los contenidos de la fe creída son «de fe», razonablemente asumidos pero de fe; no son resultado de opiniones y por eso no se sirven a la carta. Son revelación de Dios al hombre y causa de salvación para el que cree. La Virgen viene a decirnos, en su fiesta y siempre, que ante Dios sólo la obediencia de la fe es la actitud humilde que salva. Una fe que produce obras de amor y misericordia, que genera solidaridad fraterna y acerca a las personas y a los pueblos.
Para que así se cumpla en nosotros la fe que profesamos pidamos a la Virgen del Mar vernos libres de las inquietudes de este mundo y vivir según el corazón de Dios; porque son «dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).
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