No se llama Esperanza Vicente Alguacil, ni tiene 37 años, ni es la primera mujer que ha superado en nuestro país unas oposiciones para convertirse en oficial de bomberos, como ocurriera en 1985 Madrid. No. Se llama Soledad y sí tiene el honor de ser la primera mujer bombero de la provincia de Almería. Ha sido contratada por el Ayuntamiento albojense para incorporarse al exiguo Parque Comarcal de Extinción de Incendios, un servicio tan necesario como imprescindible que tan solo dispone de una decena de efectivos, de la media de catorce que hasta ahora ha contabilizado y frente a la cuarentena con la que, como mínimo, debería contar en función de la cobertura territorial y población a atender. La incorporación de esta empleada al servicio contra incendios mediante un contrato de sustitución ha incendiado los latentes rescoldos de la política. Por un lado, con la vanagloria innecesaria de la parte contratante que al margen de la lógica y comprensible satisfacción eleva a la categoría de referente ejemplarizante el hecho en sí de la incorporación de una mujer a un servicio mayoritariamente prestado por varones, con lo que se reviste de excepcionalidad un hecho que en una sociedad igualitaria debe ser de los más normal del mundo. Por otra parte, la contratación es aprovechada torticeramente por algunas siglas que acuden a una interpretación exhaustiva y restrictiva de la norma para censurar la fórmula administrativa utilizada para la contratación de esta empleada. He conocido situaciones similares, incorporaciones de primeras y primeros, y en la trastienda de todos los casos siempre se ha vislumbrado una utilización política. Yerran los responsables políticos cuando se detienen en estas anécdotas en lugar de preocuparse por ofrecer unos servicios eficaces. O es que, ¿ aún hay quien pueda creer que la contratación de esta mujer bombero es una cuestión, con perdón, de manguera?.
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