Naturalmente, lo que ocurra en las elecciones en Madrid no ocurre solamente en Madrid. Que la alcaldesa Ana Botella haya anunciado lo que ya todo el mundo esperaba, que no se presentará a la reelección, no afecta solamente al Partido Popular de la Villa y Corte. Vaya usted a saber qué operación hay tras este quizá precipitado anuncio: ¿quién será el/la recambio? ¿Tiene visos de verosimilitud ese rumor, cada día más extendido por Madrid, según el cual Mariano Rajoy ha pensado en su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, como candidata? Sería una repetición de lo que ya intentó Zapatero con María Teresa Fernández de la Vega, que acabó negándose y abriendo una cierta brecha con su presidente.
Madrid no es plaza fácil. El alcalde de Madrid tiene mayor poder y, desde luego, mayor presupuesto, que muchos ministros. Y una proyección muy superior a la de la mayoría de los cargos públicos. Puede que Ana Botella no llenase el cargo, puede, también, que no haya encontrado demasiados apoyos en su propio partido, puede que se le hayan echado encima demasiados contratiempos, comenzando por las encuestas que la daban como segura perdedora frente a varios de los candidatos posibles de la izquierda (y de la derecha), que esa es otra.
Ahora mismo, la batalla de Madrid está abierta. En el PP, en el PSOE (pendiente de unas primarias a las que aún no se sabe quiénes se presentarán), en IU y hasta en -Podemos-. En UPyD el nombre de David Ortega es casi seguro, pero también ha de pasar por unas primarias. De entre todo el baile de nombres que pueblan las inminentes candidaturas para las elecciones municipales y autonómicas de mayo, Madrid es la ciudad -y la Comunidad- que suscita mayor expectación. Es un avispero: nunca la clase política propiamente madrileña ha brillado a gran altura, es la verdad. Los sucesivos presidentes han tratado de colocar siempre a primeras figuras como aspirantes, pero no siempre lo han logrado. Y, cuando lo han logrado, caso Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz-Gallardón, la cosa no ha salido como se pretendía.
Botella no ha sido una alcaldesa faraónica, como Gallardón. Ni anarcoide, como Tierno Galván. Ni sistemática, como Álvarez del Manzano. Ni castiza, como Barranco. Ni genialoide, como Rodríguez Sahagún. Ni demasiado simpática, como varios de los citados. No ha descollado por nada malo. Ni bueno. Y eso es lo único que un alcalde de la Villa et Corte no se puede permitir: ser anodino. Reconozco, con todo, que, pese a su falta de carisma, o tal vez precisamente por eso, me caía bien: colaboré no poco, hace ya bastantes años, a convertirla en comentarista de una televisión, y eso quizá fue el inicio de su -complejo Hillary Clinton-. Le faltaban algunas cualidades, pero no la de la honradez y la laboriosidad. Esperemos que lo que venga, cuando lo anuncie el dedo omnipotente de Rajoy, no sea peor que lo que se nos irá pronto.
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