El 4 de octubre de hace un año nací de nuevo. En la mañana de ese mismo día del año pasado entré al quirófano, muy temprano, para una operación sencilla y rutinaria de extracción de un pólipo en el colon que debía durar aproximadamente una hora. Cuando me desperté, habían pasado muchas horas y ya era muy avanzada la tarde. El drama se vivió fuera, en la sala de espera y en el quirófano. Al abrirme, los médicos se encontraron con algo mucho más grave que no esperaban pero que supieron buscar y encontrar. Me lo quitaron, tras varias horas de trabajo, con mucha paciencia y más sabiduría. Al día de hoy, me considero curado y feliz. Paso mis controles y todo va por buen camino.
Se, por la firma del informe de alta, que quienes me operaron fueron los doctores Reina y Rubio, unos auténticos “manitas”, por los comentarios que la familia escuchó del personal auxiliar, sin menospreciar para nada al resto del equipo, que recuerdan perfectamente ese feliz día para mí.
Yo, personalmente, no recuerdo nada de la operación. Naturalmente, estaba dormido. Solo sé que, al entrar al quirófano, esperaba ver batas verdes, focos, mascarillas en las caras, guantes, etc. No vi nada de eso, ni siquiera lo que cuentan muchas personas que han estado al borde de la muerte, lo del túnel largo, con la luz blanca intensa al fondo. Solo sé que, al despertar, habían pasado muchas horas y que la línea entre la vida y la muerte había sido sumamente frágil. Ahora sé que hay un antes y un después de aquella fecha. Y me pregunto: ¿Cuántas vidas habrán salvado estos médicos y tantos otros compañeros del Complejo Hospitalario de Torrecárdenas? No tengo palabras para agradecer a estos médicos, en particular, y a todos los sanitarios, auxiliares, etc., en general el magnífico trato recibido. La sanidad pública es un verdadero tesoro que debemos conservar, cuidar y defender con uñas y dientes, ante el acoso y maltrato a que está siendo sometida en estos últimos años.
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