La foto la encontró Adolfo Iglesias en medio del mar de banderas esteladas que inundó el once de septiembre Barcelona y, cuando la vimos, nadie dudó que esa sería la foto de portada del día siguiente. Un tipo de Adra emigrado hace decenios a Cataluña exhibía con rabia incontenida su fe independentista y su odio al gobierno españ ol. (Paisano, por san Nicolás de Tolentino, patrón del pueblo que te vio nacer, Rajoy podrá ser- o no- todo lo que tú quieras, pero fascista, no,)
El abderitano Emilio Suárez hizo aquella tarde uso de las libertades de manifestación y expresión que consagra el texto constitucional y estoy seguro que en aquella espectacular marea humana él no era el único almeriense. Sobre el asfalto de la V multitudinaria que formaron las avenidas Diagonal y Gran Vía al confluir en la plaza de Las Glorias, había muchos emigrantes almerienses y, aún más, hijos o nietos de almerienses.
Las decenas de miles de trabajadores de esta provincia que en la desolación de la posguerra emprendieron el camino de la emigración a Cataluña forman desde entonces parte del paisaje catalán. Allí se fueron esperando encontrar en el mañana lo que su provincia no les dio en el ayer y fueron muchos, decenas de miles, los que encontraron el trabajo que aquí no había. Almería tiene, por tanto, un motivo de afecto con Cataluña. Pero Cataluña tiene también un motivo de agradecimiento con nosotros porque, quienes fueron allí empujados por lo miseria, lo hicieron para trabajar y colaborar, con la contribución de su esfuerzo, en la modernización de Cataluña.
La industria y el comercio catalán se desarrollaron gracias al esfuerzo y a la capacidad innovadora de quienes allí habían nacido, pero la estructura económica que les situó a la cabeza de España también estaba construida sobre el trabajo y bañada por las lágrimas de la nostalgia de centenares de miles de andaluces.
Lo que no debían caer es en el pecado de ignorancia y no sepan (o no quieran saber) que en 1958, el político catalán que ahora les llama a las calles como aliados en su batalla por la independencia, escribió que “el hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad”. Fin de la cita.
Aquel político, que se llamaba y se llama Jordi Pujol, se ha autoinvestido durante decenios como el padre de la patria catalana y escribió este insulto en un libro titulado “La inmigración, problema y esperanza de Cataluña”.
Nada hay de objetable en que Emilio Suarez, sólo o en compañía de miles de almerienses que viven en Barcelona, Sabadell o Hospitalet abracen la fe independentista. Pero quizá no estaría de más que leyeran a los clásicos del nacionalismo como Pujol y reflexionaran sobre lo que un día pensaron (y muchos aún piensan, aunque lo callen por interés electoral) sobre ellos. Y ya que estamos de lecturas tal vez deberían meditar sobre lo que escribió el ensayista inglés Samuel Johnson cuando, a mediados de siglo XVIII, afirmó que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.
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