El vino del hierro

Que la ciencia avanza a pasos agigantados es un hecho que constatamos a diario, al igual que percibimos que en otras cuestiones –algunas enfermedades- que afectan y preocupan al ser humano el avance es muy lento o, simplemente, no existe. Más aún en estos tiempos en los que los propios científicos e investigadores padecen en su actividad numerosas carencias y escasas dotaciones de medios humanos y materiales que les impiden realizar su trabajo en unas mínimas condiciones. Pese a esta lamentable situación que ha generado una penosa diáspora de mentes y talentos, el panorama investigador no deja de sorprender, tanto en nuestro país como en  el entorno de nuestro continente. Y estas sorpresas o buenas nuevas sobre descubrimientos, hallazgos y avances científicos no son de ayer ni de hoy. Por ejemplo, hace unos años algunos especialistas rusos dieron a conocer la formulación de una anestesia especifica para cada paciente tratado de afecciones odontológicas. También la ciencia rusa ha hallado un método mediante análisis metabólico que permite diagnosticar el reúma y prevenir o remediar antes que curar. Los ejemplos y casos del avance científico son numerosos: a la mágica aspirina de toda la vida se le atribuyeron excelentes propiedades para evitar la hipertensión arterial de las mujeres embarazadas .  

Junto a esta dilatada y curiosa relación de descubrimientos, ahora que las bodegas destilan fermentación por doquier,  me cuentan uno que reafirma las muchas propiedades que poseen los vinos, en general, y algunos en particular. Es el caso del llamado vino del hierro, cuya vieja receta se ha hallado entre alambiques y vidrios con dos siglos en la convulsa tierra de Ucrania. Dicha receta contiene la fórmula del vino del hierro, una infusión de hierbas muy rica en hierro y vitaminas que mejora notablemente la actividad cardiaca. Con buena razón bautizaron la bebida con tan vigorosa nominación.