Con una fascinante voz desbordante de humanidad, el último premio internacional de poesía Federico García Lorca, el galardón poético con mayor cuantía de cuantos se conceden en la actualidad, aún con la sangre alegre, pero sencilla y humilde, habla con la afabilidad de quien sabe tener los pies en el suelo pese a haber dedicado toda su vida a la poesía y poseer las más relevantes distinciones literarias. Rafael Guillén acaba de presentar su último poemario “Esta pequeña eternidad”, una antología que gira en torno a la afirmación de que el tiempo no existe, sino que lo vamos creando los humanos con nuestros actos, pues el tiempo no pasa, somos nosotros los que pasamos. Este autor de la palabra precisa ya tiene en la antesala de la imprenta su nuevo trabajo: “Balada en tres tiempos para saxofón y frases cotidianas”, en el que se incluye un poema de la última publicación que subraya la vuelta a su origen, el retorno al tema amoroso de las composiciones de sus comienzos.
Junto a ese viaje a los inicios poéticos, Guillén, uno de los autores más destacados de la llamada Generación del 50, viaja con su verbo expresivo, tradicional y vanguardista, junto al periodista, a la bella desconocida tierra de su madre Dolores, de sus abuelos, de sus primos Mariquita y Arsenio París. Cuenta Guillén otros tiempos de diáspora a América, el nacimiento de su madre en Argentina, su regreso con tan solo dos años al pueblo almeriense de los Filabres, el nuevo periplo americano de su abuelo que acabó con su fallecimiento en Cuba. La imprevista situación obligó a su abuela a vender algunas tierras en Uleila del Campo e invertir en una casa, donde el poeta nació en abril de 1933, en la granadina calle de San Juan de Dio, donde regentó una pensión. Rememora el poeta con cariño sus recuerdos del pueblo materno: sus calles, la casa familiar, la iglesia. Y las posteriores y esporádicas visitas a “ese pueblo tan boníto”, Después llegarían los irrepetibles encuentros poéticos a principios de los 90 –“que se inventó Julio Alfredo Egea”- con su colega y paisano de origen materno, Ángel García López, cuyos nombres bautizan la biblioteca. Tal vez por ello Rafael Guillén no desdeñe nunca volver a Uleila, como se llamaron aquellas memorables jornadas literarias.
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