Al principio la codicia los alteraba hasta dejarlos exhaustos y rendidos, como una amante que los colmara de toda la carne y deseo que pudieran soñar, pero hasta este hartazgo era insuficiente y la desazón reaparecía poco tiempo después. Esa aceleración de los instintos que los hacía sentirse vivos fue desapareciendo, llegó un sereno nirvana y de la apropiación pasaron al expolio, saborearon los frutos del poder y el néctar de la impunidad, una pasión enfermiza pero tranquila. Sólo hace falta mirarlos mientras salen impasible de los juzgados, con su imputación criminal bajo el brazo y la lluvia de improperios que le escupen a la cara los despojados, los estafados, los arruinados, los desahuciados, los hipotecados, los de las preferentes y todos los que asfixiaron y a quienes pidieron austeridad sin dejar de acusarles de derrochadores.
Tienen un público abundante y entregado como el de las películas de terror, claro que un sentido más real y duradero, no son los noventa minutos de una sala oscura y el sobresalto de un zombi que regresa de su tumba, es algo más triste y cotidiano: una casa que ya no tienes, unos ahorros que han volado, la esclavitud de una hipoteca y unas deudas eternas como el alma de un vampiro, pero en el cuerpo de un funcionario, un parado o un jubilado o sea un guión mal escrito y de poco lucimiento.
En esta noche oscura de amores sucios a base de tarjetas y sablazos a los cajeros automáticos, ha terminado por convertirse Bankia, más que un banco un símbolo de la cuatro estaciones de las postrimerías: gloria, juicio, muerte e infierno: La imaginería procesional española ha funcionado y el gobierno se adjudica el mérito de haber entregado las cabezas de dos de sus díscolos hijos. Blesa y Rato, en una bandeja de oro, como prueba de su lealtad con el pueblo y su buena conciencia. Dirán desde el esplendor de las llamas de estas nuevas hogueras y el dolor callado de su sacrificio que la empezado la era de una nueva regeneración democrática y ética.
Otros ya piensan que las tarjetas negras y la sabrosa información que un pedacito de plásticos nos ha proporcionado, son un merecido rejón de muerte para la casta, conclusión muy precipitada para enterrar a quienes son capaces de escribir los guiones de nuestras vidas, por muy malos que estos sean. Parece más sensato reivindicar que se investigue sobre los 22.000 millones de euros que regalaron a Bankia, siendo como era más que una entidad financiera, una sucursal de esos bares con luces intermitentes que tomaban nombres épicos y hasta líricos: damas de fuego, guerreras del amor, amazonas del trópico. Si hubieran llamado las cosas por su nombre, por ejemplo: el euro cachondo, la visa feliz, financiación orgásmica y cosas semejantes el banco no tendría que haber sido rescatado, ni los Blesa y Rato acudir a los juzgados que ya están cansados y los consejeros no hubieran necesitados de las indiscretas tarjetas, pues todo quedaba en casa donde se lavan los trapos sucios y se guisan las visas.
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