Habitar el olvido

“Tenía su propia familia, pero no quiso involucrarla en su particular y callejera trayectoria vital”

José Luis Masegosa
01:00 • 24 nov. 2014

Llega a su última semana el mes que abre los escenarios con  don Juan Tenorio. Frente al amor argumental de la reconocida obra recuerdo un relato real que encuentra en el sentimiento antagónico, el desamor, el causante de un consciente y voluntario descabalgamiento de la vida, protagonizado por Encarna,  una  dulce mujer andaluza, de sesenta y tres años, quien en un viaje de placer junto a su pareja se encontró con el fin de trayecto de una  relación acuñada durante años de convivencia. Tras enjugar la gélida nieve con el calor perdido de sus lágrimas regresó sola a su ciudad en el tren  del adiós, un adiós  a todo cuanto había tenido hasta ese momento. El adiós definitivo a la vida de la que decidió apearse  en el andén de la vieja y popular estación andaluza a la que había llegado y junto a la que construyó su particular refugio de cartón para observar, a partir de entonces, la radiografía auténtica de lo que los mortales llaman vida, a hurgar en la trastienda de  la cotidianidad. Bajo el paraguas de la intemperie, entre sus paredes de cartón, Encarna  se apeó de la vida  para descubrir el teatro que representa, la farsa que a diario se nos ofrece entre vanidades y consumo, ambiciones y mentiras, y para hacer ver que la autenticidad existencial no está en las tarjetas bancarias, en la esclavitud del trabajo ni en las vertiginosas carreras de la competitividad. Encarna  no era una indigente cualquiera. Tenía su propia familia, pero no quiso involucrarla en su particular y callejera trayectoria vital.  No admitía limosna, ni dinero, a lo más algún presente de alimentos. Se bajó de la vida con mucha dignidad por un sentimiento que la desengañó y se erigió en seña identitaria del paisaje urbano de su barrio, como el peculiar pañuelo que siempre cubrió su cabeza, como el rincón, hoy vestido de flores, que la acogió. Tal vez, como Luis Cernuda, pretendió llegar “allá, allá lejos. Donde habite el olvido”.







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