No por temida me sorprendió la respuesta que hace unos días me ofreció un grupo de medio centenar de estudiantes de Información y Comunicación. A sabiendas de la nula atención que los jóvenes prestan a las publicaciones impresas, pregunté a esta cincuentena de universitarios cuántos habían tenido la deferencia de leer u ojear algún periódico en soporte papel. Evidentemente nadie alzó la mano, pese a que en el hall de la Facultad donde cursan sus estudios un potente y acreditado grupo editorial obsequia a diario montañas de ejemplares que todas las tardes, al finalizar la jornada académica, acaban en los contenedores de reciclado. Esperanzado en que los alumnos tomasen conciencia de la actualidad mediante la lectura de alguna cabecera digital interrogué de nuevo. De los cincuenta universitarios, se supone que futuros profesionales de la comunicación, tan solo cinco afirmaron haber leído o consultado un diario digital, pese a que todos viven asidos a los terminales portátiles y a los teléfonos móviles de última generación. Supuse que a lo mejor tomaban contacto de la realidad por medio de la radio, pues plantear la posibilidad de la televisión me pareció muy arriesgado. Tan solo tres estudiantes confesaron escuchar algunos informativos radiofónicos. Como no entendía que un colectivo de alumnos de Comunicación no sintiera la necesidad de estar informados, intuí que utilizarían otros medios para saber, al menos, que estaban vivos. Con irresistible curiosidad pregunté cómo se informaban de cuanto acontece en su entorno. La respuesta fue casi unánime: a través de las redes sociales. Tras la evidente realidad, cuestioné la calidad informativa y fiabilidad de los contenidos de estos medios. Para casi todos son válidos. Con cierta tristeza sugerí, entonces, la lectura de “La comunicación jibarizada”, del profesor Pascual Serrano.
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