Llama la atención lo precisos y exhaustivos que somos en algunas cosas y lo difusos y vagos en otras. En fútbol, por vía de ejemplo, sabemos hasta lo que comía Zarra antes de los partidos así como la lista completa de sus goles. Sin embargo, hasta bien poco no se conocían los nombres de los banqueros. De ahí que resulte llamativo el récord sobre corrupción que acabamos de alcanzar, según testifican los datos CIS. Ya no es Filesa ni Matesa, no es tampoco un caso más de la conocida mordida entre algún alcalde y un constructor inmobiliario, sino un clima generalizado de podredumbre que deja en ridículo los paños calientes de buena voluntad de Rajoy. En nuestro imaginario colectivo será difícil que olvidemos gestos como el de Rato tocando la campana de su banco y levantando el dedo en plan de victoria. Tampoco se nos quitará de la mente la imagen de Arturo Fernández echando la siesta en el pisito del Pequeño Nicolás o la entrada en la cárcel, por fin, después de los once años de retraso, de Fabra, presidente de la Diputación de Castellón. En realidad son gente tan patriota que, en otro orden de cosas, hubieran dado su vida por la moralidad española pero, arrollados por el tsunami, pensaron más en asegurar su propia vida que la de los demás. En las “cenizas de Angela”, la gran novela irlandesa de la Gran Depresión, vemos a un padre bebedor y alzapatrias levantando a sus hijos de noche para que confiesen que quieren morir por Irlanda mientras sus estómagos aúllan de hambre. La diferencia entre los niños irlandeses y estos próceres de ahora, es que aquellos no tenían para comer, mientras que nuestros grandes corruptos andan en la abundancia, banquete aquí, orgía oriental allá. Que hayamos alcanzado el cenit de la corrupción, muy por encima de las naciones de nuestro entorno, dice muy mal de nuestra filosofía de la vida, por no hablar del fracaso de la concepción democrática. Hoy, conforme nos acercamos a las elecciones, los partidos se desviven por buscar razones que atajen el mal de raíz. El Gobierno hasta intenta limitar la instrucción de causas a seis meses. Sin negar que el procedimientos pueda tener ventajas, pensemos que casos como Gúrtel ya habrán pasado al olvido.
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