Con los primeros aires navideños llegan los presupuestos que son como la hoja de ruta, la carta de marear de las grandes instituciones. Hace unos días, la Diputación de Almería dio a conocer el suyo para el 2015. Asombrado por la cantidad de prestaciones, abrigo de los pueblos, gallina de oro de 102 municipios, nuestro presidente Gabriel Amat exclama: “si las diputaciones no existieran, habría que inventarlas”. No hace falta inventar lo que ya está inventado. Tal vez lo que habría que hacer sería descargarlas de tantos cometidos. No se olvide que la descentralización del Estado ha creado las autonomías. Un mejor entendimiento con el poder regional facilitaría una mejor gobernación en vez de estar todo el tiempo echándose las culpas de lo que se hace y lo que no. Por algo hay quien mantiene la teoría de las diputaciones de ben suprimirse. El presupuesto para 2015, incluyendo el de los organismos autónomos, alcanza la cantidad de 189.774.900 euros. El de este año supone un incremento de 5,5 millones. No quisiera molestar. Este periodista ha defendido siempre los salarios de las clases trabajadores, y más aún en los tiempos que corremos de apretarse el cinturón, pero que se gaste en personal 64,5 millones me parece un cifra excesiva. Con la acumulación inherente a los años, algunas instituciones se ha convertido en una especie de Saturno devorador de sus hijos, tal como lo pintara Goya. El PP sacará rápidamente el tema de los asesores del PSOE. Me da igual. También ellos gastan los suyo, no en vano ocurrió lo que ocurrió. A este respecto quisiera recordar algunas anécdotas de cuando estuve en el Consejo editorial del IEA. En aquel tiempo había trabajos que se pagaban y otros que no merecían compensación. No sabemos por qué. Organizamos el homenaje a Perceval con un ciclo de conferencias, una exposición de su pintura y una muestra de documentos. Incomprensiblemente los trabajos de Perceval no se pagaban. Sin embargo una mesa redonda, cualquier tertulia sobre moros y cristianos (había quien se apuntaba a todo) sí, por supuesto. No he pasado más vergüenza en mi vida porque, al defender que debían pagarnos, yo quedé como un ogro que solo buscaba su dinero. Menos mal que la polémica triunfó al fin. Hoy ya se paga cualquier servicio que se hace al Instituto. Valió la pena pues.
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