Desde mediados de noviembre los supermercados y tiendas de alimentos están atiborrados de virguerías del estómago, especialmente dulces, surtido Disney como ahora le llaman. No se les hace tarde a los comercios que lógicamente quieren aprovechar el ciclo navideño para hacer caja hasta de los angelitos. No me parece mal. Estoy dudando si hacer el curso de pastor que anuncian en Los Vélez o irme a una isla desierta imitando a Robinson Crusoe. Los dulces son nuestra mejor historia gastronómica. Creo que se podría hacer con ellos el mapa completo de los mejores paladares, pueblo a pueblo, costumbre a costumbre. ¿Todo ello por qué? Pues porque es Navidad, nace Dios en una cueva y los ángeles cantan la buena noticia. Esto, claro está, dentro del marco de la cultura cristiana. Se sabe que en otros sitios mezclan este tiempo con otras teogonías esotéricas pero, en definitiva, todo el planeta se alegra estos días por algo recóndito que no sabemos. El conflicto social está lleno de guerras declaradas o tácitas. En algunos sitios decretan tregua para celebrar la Navidad sin perjuicio de que, una vez pasada la Nochebuena, continúen las hostilidades. Al odio tribal contra la especie que nos discute el sustento. ¿La bondad navideña es real o es más bien una compostura hipócrita heredada de nuestros ancestros? No lo sé, lo cierto es que funciona. En estos días nos acordamos algo más de los pobrecitos ateridos de frío en las puertas de las iglesias, nos saludamos con más afecto en la calle, nos sentimos más en familia, creemos hasta en la lotería a pesar de la escasa esperanza que el azar concede, si bien lo principal es la salud, como sugiere el tópico. Una buena cosa de este paréntesis es que apenas nos acordamos del Gobierno, lo cual hace pensar en lo bien que viviríamos sin políticos y sin recortes. Por todo lo cual hay que alegrarse sin traumas de la dulce Navidad. Hacer de nuestro corazón un nido de dulzura, (existen los “cordiales”, qué ricos), perdonar las ofensas, cantar villancicos y esperar a la Semana Santa para ejerce de sayón o de soldado romano. Para quejarnos ya tenemos la cuesta de enero.
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