Para que una solución temporal se convierta en definitiva sólo son necesarias dos cosas: desidia y abulia. Desidia de quien, debiendo corregir esa situación eventual, acaba manteniéndola en el tiempo ante la abulia de quien, a pesar de tener derecho a un tratamiento definitivo, se conforma, se achica y se achanta. Pues eso es lo que está pasando en Andalucía con las aulas prefabricadas en las que la Junta educa (y de qué modo) a los jóvenes andaluces. Y si estamos seguros de que el coche oficial de doña Susana Díaz no circula por el camino del imparable progreso andaluz con ruedas de repuesto, del mismo modo deberíamos entender que una caracola o aula portátil fuera simplemente una medida transitoria, de rápida sustitución. Pero estamos hablando de la Andalucía real y no de la que nos cuentan en los discursos de fin de año. Por lo tanto, gracias a la Junta de Andalucía debemos aguantar soluciones teóricamente temporales que sin embargo se consolidan año tras año, de tal modo que el prefabricado ha acabado convirtiéndose en patrimonio y seña de identidad en la infraestructura educativa de Andalucía. Un fracaso generalizado que en Almería (dónde si no) alcanza ese nivel de calamidad que resumía con sarcasmo Groucho Marx cuando decía que partiendo de la nada habíamos alcanzado las más altas cotas de la miseria. En el último pleno del Parlamento Andaluz, el Grupo Parlamentario Popular puso de manifiesto que Almería, en el actual curso 2014/2015, está a la cabeza en cuanto al número de aulas prefabricadas en toda Andalucía, con setenta barracones que hacen las veces de las aulas que la Junta no construye. Eso sí, en la Junta están muy contentos porque las obras de la Escuela de Golf que construye junto al Campo de Golf del Ayuntamiento ya no van tan escandalosamente retrasadas. Que lo enseñen en clase.
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