Al otro lado del río de Macael, enfrente del núcleo urbano, se encuentra el Cerro Locará. Es un montículo rocoso, sin vegetación, de afiladas laderas. En su parte baja había antes un bosque de algarrobos centenarios de largas y rugosas ramas. Fue un lugar de juego y de cobijo de los niños en los calurosos días del verano; acudían también personas mayores buscando la sombra protectora de los frondosos árboles, e incluso dormían plácidas siestas. Contemplando el monte desde el pueblo, su silueta recortada sobre el cielo azul siempre me ha recordado el torso de un gigantesco buey.
En su vertiente norte, dirección de Purchena, está ubicado el paraje conocido por La Rambla, integrado especialmente por un pequeño arroyo de álveo arenoso en el que nacen dos fuentes. La más importante es la Fuente del Nacimiento, que hasta la década de los años cincuenta formaba una pequeña laguna. En épocas pasadas fue lugar de baño y esparcimiento de mayores y pequeños. Sus aguas todavía fertilizan la huerta y frondosas alamedas. En la parte alta de La Rambla, cerca de la Fuente del Nacimiento, ladera norte, ha descubierto el arqueólogo macaelense Gabriel Martínez Fernández, un poblado ibérico perteneciente a la cultura del Argar. Siempre pensé que estos restos arqueológicos eran de la época musulmana.
Hace unos años que coincidí con un grupo de jóvenes vascos en un restaurante de un pueblo de la Alpujarra granadina. Destacaba entre ellos una chica espigada que vestía con una especie de chándal. En su espalda llevaba estampado un dibujo y una frase escrita en euskera en la que figuraba la palabra LOKARA (sin acento en la última a). Me presenté a ella y le pregunté por su significado o traducción al castellano. Me dijo que “monte habitado o campo con casas”; tomé nota de ello para no olvidarlo. Fue para mí una satisfacción comprobar que el paraje que he reseñado del Cerro Locará estuvo poblado con anterioridad a la dominación romana. Parecer ser que es un topónimo de los íberos, que fue incorporado a la lengua euskera como otras de este origen. Sin ir muy lejos, el topónimo Oria, un pueblo situado en el Valle del Almanzora, el gran escritor musulmán Enhg Aljathib, que lo visitó en el primer tercio del siglo XIV, lo denomina Uría, una palabra que pertenece al vascuence.
Los macaelenses no nos ponemos de acuerdo sobre el topónimo. Yo siempre he oído decir, y lo he dicho siempre “Cerro Locará”; igualmente así lo han pronunciado mi padre y mis hermanos. Otro sector de los vecinos lo denominan “Cerro Ocará”. Ante las dos corrientes existentes sobre el uso de dicho término, he obtenido un informe de un filólogo del euskera, residente en Vitoria. Afirma que Locará (sin acento) significa “valle húmedo”; okarán=”ciruela”, y uhara=”estela de agua”. Añade el autor que el “ara” final significa valle. Puede ser que este topónimo de tan lejano origen histórico no haya tenido modificaciones a través del tiempo porque en las culturas posteriores –romana y musulmana-, que yo sepa, no ha tenido reflejo documental.
Siempre me ha llamado la atención que los términos Locará-Ocará no se hayan recogido en los documentos básicos de la historia de Macael: el libro de Apeo y Población, de 1573, y el libro de Catastro del Marqués de la Ensenada, de 1751. Este topónico de la época de los íberos no tuvo prevalencia en el periodo musulmán, motivo por el que no consta en el primer documento dictado, aunque los habitantes de Macael siguieron mencionándolo, habiéndose transmitido hasta nuestros días. Aquel encuentro casual de hace varios años, impensable, anecdótico –Ortega y Gasset ha profundizado sobre la importancia del factor azar en el comportamiento humano- ha tenido un valor positivo para mí, un macaelense que siente interés y curiosidad por las cosas de su terruño.
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