Máximo era superior

Luis del Val
23:38 • 30 dic. 2014

En "La Codorniz" que guardo en mi memoria el más amable era Mingote, el más negro, Chumy Chumez, y el más abstracto, Máximo. El gran Antonio siempre prestaba un poco de misericordia a ese personaje petulante y ridículo que es el ser humano, mientras Chumy volcaba un pesimismo cruel y vitriólico. Máximo Sanjuán presentaba en la bandeja de su reflexión sus tres obsesiones, los tres grandes poderes que agobian al ciudadano: Dios o los dioses, el político y el económico. Su representación más frecuente eran el triángulo teológico,  obeliscos o columnas triunfales, y esas catedrales modernas que son los grandes edificios que acogotan más que impresionan.


   En realidad Máximo era un escritor que contaba historias dibujándolas o, más bien, un ensayista que resumía hipótesis en una viñeta. Y, lo cierto es que, cuando escribía, sus textos tenían esa profundidad del ensayo, pero sin falsas vanidades y sin la necesidad de llegar a las 300 páginas o ser oscuro para que no refunfuñen los catedráticos de la cosa.


   Poseía una gran sensibilidad hacia la libertad del individuo en su sentido más profundo, y había descubierto que los poderes antes mencionados influían en nuestras reacciones y en nuestras opiniones, mucho más de lo que advertíamos, hasta el punto de que siempre le preocupó "el censor interior". Como todos los que hemos trabajado con la censura sabía lo que significaba tener que maniobrar para burlarla, pero él fue más allá, y le obsesionaba ese censor que se nos había quedado en los rincones del cerebro, y que nos dirigía sin nosotros saberlo.




   Alguna vez coincidí con él en esa parte mundana de Madrid, donde la presentación de un libro o la asistencia a una conferencia nos reúnen a gentes que no nos reunimos habitualmente, y siempre observé que matrimoniaban en él la inteligencia y la humildad, esta última a veces disfrazada de timidez. Y en esa grey del florilegio denominado, a veces injustamente, "intelectual", hablaba poco y bajito, lo que en esos ambientes casi parecía extravagante.


   Me sorprendió la noticia de su  muerte en la tarde de unos de esos domingos que Sartre describió con precisión en "La Náusea". Y me dolió, porque no nos sobran personas que reflexionen, sean fieles a sí mismas, y no presuman de una evidente superioridad que su modestia jamás permitiría.






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