El hoy desaparecido escritor de café

Cada vez que comento que me gusta escribir en cafés, aparece asombro o sorpresa en mi interlocutor

Fran Cazorla
01:00 • 08 ene. 2015

Habría que discutir largo y tendido acerca de si puedo denominarme “escritor”, pero como no es el tema principal que quiero tratar en estas líneas, pasaremos de largo.


Yo quiero hacer referencia al complemento nominal del título, a lo “de café”, característica que sí considero que me define.


Escribo en los cafés tomando café, al igual que antaño lo hicieron generaciones de escritores, tanto poetas, novelistas, periodistas y todo tipo de esclavos de la palabra.




Cada vez que comento que me gusta escribir en Cafés, o como se llaman ahora, cafeterías, suele aparecer en el rostro de mi interlocutor una mueca de asombro, perplejidad o sorpresa. 


Ya se ha perdido en la memoria del tiempo que hace no muchos años eso era algo habitual dentro de la cultura literaria de este país y de una buena parte del extranjero. Existían muchos Cafés literarios.




Hoy en día esta costumbre ha pasado a ser algo raro, una manía de unos pocos “escritores locos” que la mayoría de los mortales no alcanza a comprender.


Hace un par de días leí no recuerdo dónde unas palabras del gran Gómez de la Serna acerca del tema que nos ocupa y que estaba contando a alguno de los periodistas que se acercaban a esos locales en busca de noticias culturales.




Ramón Gómez de la Serna, ese hombre que compartió de todo con grandes personas de nuestra cultura (entre ellas nuestra querida Carmen de Burgos), estaba convencido de que un escritor debe estar sentado siempre en medio de la vida y que la mejor forma de trabajar el lenguaje era en el café y no en la soledad de su despacho, en donde corría el riesgo de viciarse. Para él, al lado de la luz de un café, se captaba con mayor percepción el trasunto de las almas confundidas en un aglomerado ameno y vivo. Además, en las pausas de escribir en los cafés se contrasta todo mejor y nuestra cabeza se eleva hacia los techos.


Sería bastante cruel decirle cómo es en nuestro tiempo. Ramón murió sin saber que ahora no se escribe en los cafés, decía el artículo.


Han cambiado muchas cosas desde la época de Gómez de la Serna, otras en cambio, no tanto, y por ello se me hace extraño que esta hermosa costumbre haya desaparecido casi por completo. Imagino que una poderosa razón ha sido que ahora se escribe en ordenador, salvo extraños y escasos “individuos” como un servidor.


En más de una ocasión he pensado en llegar al Café y emular a aquellos escritores de café pidiendo al camarero el recado de escribir, que por aquellos entonces constaba de unas cuantas hojas sueltas de las que los niños usaban para caligrafía, un tintero y una pluma; pero no me entendería con toda probabilidad.


Algo parecido leí de Enrique Jardiel Poncela, del cual escribieron alguna que otra vez que estaba en el Café y era del Café. Escribía en él con sus chismes de escritor. En ocasiones me siento así.


Reivindico esta forma de vivir la cultura, de sacar las letras al mundo, porque es la forma en que más escritor me siento. Y sueño con aquellos Cafés literarios donde los escritores se daban cita. Algo de eso atisbo en los últimos tiempos, ojalá no sea tan solo un espejismo.


Despido mi disertación desde la comodidad del Café Cyrano con un poema sobre los escritores de café, que escribió en su día Emilio Carrere:


 


Viejo café solitario


de artistas en donde suenan


los románticos sollozos


del final de la Bohemia


Café humilde y melancólico


cuyos espejos reflejan


pálidos rostros cercados


por las flotantes melenas


Amplios chalines al viento


y ojos de enorme ojeras


[…]


Que en el café silencioso


cierran los ojos y sueños


con Mimi cuando el piano


canta el vals de La Bohème


 


                                 Emilio Carrere.



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