Al comenzar el año quisiera recordar aquel verso perdido que Antonio Machado llevaba en el bolsillo del gabán poco ante de morir: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Al ver cómo los ayuntamientos desmontan las luces navideñas y habida cuenta de que todo sigue igual de feo con un Gobierno que nos miente de cara a las elecciones, prefiero la segunda inocencia para enfrentarme al año nuevo. Ojalá no supiera nada de la plusvalía ni del empleo neto, de las enormes ganancias de los bancos, de la crisis y la recuperación o de las promesas halagueñas que los políticos nos hacen para el año que entra. Ojalá pudiéramos retrotraernos al mundo de la infancia. Días aquellos en que yo aún no sabía qué fuese el déficit, el tanto por ciento, el interés compuesto y los gravámenes. La vida tenía entonces el sabor de las primeras salidas al campo, de las temblorosas, emocionantes y casi religiosas visitas al mar. No existía entonces el permanente conflicto socialde pobres y ricos aunque estuviésemos muy cerca de pasar hambre oyendo a los vecinos quejarse de las secuelas de la guerra, del estraperlo rampante y de las panaderías cerradas. Estos días azules y este sol de la infancia, siendo climáticamente los mismos de entonces. Ya nunca podrán ser como aquellos porque están atravesados de la melancolía de ver cómo está el mundo. Un año más para hacerse promesas de dicha, un año más para experimentar que aumentan las desigualdades y que la explotación del hombre por el hombre nunca se acaba. Ya verán cómo en este año de elecciones, los partidos viene a nosotros entre arrumacos, con un programa completo de eterna felicidad. Ninguno de sus militantes dirá que a lo que aspira es a un sueldo muy por encima de la media, sin matarse a trabajar y con un retiro de asesor bancario. Así nuestra sociedad no cambia por mucho que digan, qué disparate, ni con ley de trasparencia ni con el gordo de la lotería. Haría falta volver a la inocencia de antes del paraíso pero esto ya no es posible. En fin, por lo que a mí me toca, procuraré olvidar viejos resabios pensando que, “too er mundo e gueno”, como dice el refrán palurdo, y aunque nos guste a todos el dinero ya se encargaran los grandes capitalistas de distribuirlo como Dios manda.
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