La aparición de gestos solidarios gráficos “¡Yo soy Charlie!” Contrasta con una bien instalada melifluidad periodística fruto del peor enemigo interior para la libertad de expresión y conciencia: la autocensura sectaria. En España hemos sido peligrosamente condescendientes ante las nocivas propuestas nacidas de un falsario progresismo que no ha hecho más que debilitar las defensas democráticas de nuestro modelo occidental; por otro lado, enemigo acérrimo a batir por la yihad que, no se dude, surte del islamismo radical.
Ante la declaración de una guerra unilateral optamos responder con discurso políticamente correcto, Alianza de Civilizaciones, integración de los pueblos, ¡fuera fronteras!... y así, hasta generar una permanente sensación de autocensura a la hora de analizar, afrontar y criticar el difícil ensamblaje de crecientes sectores incompatibles y renuentes a la aceptación del modelo occidental de democracia, laicidad, respeto de género y la asunción total y sin fisuras de derechos y obligaciones en el marco de la ley imperante en nuestra hostigada civilización.
Nuestra debilidad, fruto de esa artificiosa hipocresía, nos ha situado en el angustioso e indeseable desfiladero de la generalización. Cierto es que no se puede precaver ante todo musulmán, ni se debe criminalizar al Islam. Pero, a la luz de hechos ciertos, se ha polarizado la información y la crítica evitando destellos de sinceridad que, cuando aparecen, se asocian con racismo, fascismo, xenofobia… en definitiva, cualquier cosa que defina una ideología alejada de una progresía que se ha venido arrogando la izquierda basándose en la pánfila protección de los llamados más débiles; pero, ¿quién es aquí el débil? Cuando ZP se retrató con la kufiya (pañuelo palestino) ratificó el camino ya iniciado con su impresentable “sentada” ante las tropas estadounidenses… y otra serie de gestos que granjeaban una gratuita pedagogía de filias y fobias que se convirtieron en marchamo progresista a celebrar por corifeos mediáticos que nunca afearon esas irresponsables inclinaciones sectarias.
Ahora, los palmeros de la falsaria progresía sienten envidia de la respuesta de Francia cuando en la Asamblea Nacional entonan la Marsellesa y cubren los féretros -de todas las víctimas, sin distinción- con la bandera nacional. ¿Sería posible esto con victimas vascas o catalanas? Y son esos palmeros los que, salvo en glorias futboleras, van contando las banderas de España para evaluar el grado de fascismo que atufa en una manifestación. Y es que, al margen de no tener letra que cantar en el Himno Nacional, hemos logrado estigmatizar nuestra Bandera en aras de la recuperación de la confrontación enarbolando la tricolor, no ya como bandera republicana, sino como “añoranza” de la Guerra Civil que pareciese hay que volver a reeditar.
En Almería -lugar geoestratégicamente sensible- hemos vivido episodios de autoflagelación que han estigmatizado nuestro modelo social y económico infringiendo un daño irreversible: sucesos de El Ejido, encierros en Universidad, Iglesia de San José… Sin más encomienda que la bandera de la progresía de aluvión, hemos buscado enemigos allá donde sólo debía imperar la cordura, unidad nacional, lealtad institucional y aplicación de la ley. Hemos pervertido leyes, modulado conductas aceptables, cedido a las imposiciones y claudicado ante la legítima defensa de nuestra cultura occidental, incluida la fe de nuestros mayores y tradiciones centenarias ya en peligro (Podemos, contra la Semana Santa).
No es anécdota haber sucumbido a la imposición radical e intolerante de gobernantes locales que eliminaron el Belén municipal o la erradicación, casi, de la esencia de la Reconquista de Almería por los Reyes Católicos… y no se cansan de abrir zanjas desde sus trincheras intelectuales.
No. No todos son Charlie Hebdo. Nuestro periodismo no ha sido sincero ni gozado de libertad suficiente en momentos cruciales, riendo las gracias a dirigentes que intentan la fracturación a beneficio sectario y pervirtiendo hasta nuestro propio lenguaje.
No. No podemos ser Charlie.
Charlie tiene una bandera que respeta. Charlie habla en el idioma que todos entienden. Charlie grita ¡Vive la Police! Charlie envía al Charles de Gaulle a defender la civilización occidental. Charlie cataliza la unidad nacional. Charlie entona la Marsellesa con desgarrado orgullo… No se cansen; aquí no hay esos Charlies.
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