La entrada de Jordi Pujol al juzgado de Barcelona que investiga el origen de los millones de euros en poder de la familia que no habían sido declarados a Hacienda, no ha podido ser más patética. Han sido sus horcas caudinas. Más que un desahogo, el vituperio de un grupo de ciudadanos a un personaje acostumbrado a recibir pleitesía, puede que tenga algo de justicia poética. Tener que escuchar cómo gritaban:
"¡Ladrón!", "Vagi-se en a la merda familia Pujol Ferrusola" y otras voces por el estilo quizá le haya hecho reflexionar acerca de lo efímero de la gloria de este mundo. Aunque, bien pensado, dada la acreditada "hybris" evidenciada a lo largo de su trayectoria política es probable que achaque su actual desgracia no a sus hechos -él mismo confesó hace unos meses que llevaba más de treinta años ocultando al Fisco un millonario patrimonio supuestamente heredado de su padre-, y sí a estar siendo víctima de una persecución política. Tan pobre argumento es el que han "comprado" y difunden algunos de los dirigentes de CiU para intentar justificar lo injustificable: la oscura procedencia de los millones de euros custodiados en un banco andorrano.
Dinero no declarado a la Hacienda española cuya procedencia está investigando la juez que instruye el sumario abierto contra el ex presidente de la "Generalitat", su esposa, Marta Ferrusola y tres de sus hijos: Pere, Marta y Mireia. Los tiempos de la justicia son diferentes a los de la política, pero en este caso, convendría que aligerara el paso visto que hay elecciones convocadas y visto que el grueso de la sospecha señala la confluencia entre la política y el presunto cobro de comisiones ilegales por parte de CiU. Cobros que podrían haber terminado en manos de particulares -"Ustedes tienen un problema que es el 3%"- le espetó Pasqual Maragall cuando era presidente de la "Generalitat" a Artur Mas, que a la sazón era el jefe de la oposición. Tras cerca de treinta años de poder y manejo de todos los resortes de Cataluña -"Avui no toca" era la frase con la que zanjaba cualquier intento de pregunta incómoda- a sus 85 años, Jordi Pujol debe estar meditando acerca de aquella sentencia clásica que proclama lo efímero de la gloria. Y del poder. "Sic transit".
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