Dentro de la oleada interminable de análisis que se publican desde hace meses sobre Podemos, hay un aspecto en el que todavía nadie se ha detenido. Todos los opinadores oficiales en contra o a favor del partido han lanzado desde los púlpitos pagados de vanidad e impagables de maniqueísmo de las tertulias, la felicidad o el apocalipsis que caería sobre España el día siguiente de que ganaran las elecciones de otoño.
En un tono más cercano a la arenga religiosa, la dirección de su orden de predicadores proclaman los ríos de leche y miel que caerían como el maná sobre los españoles. (Eso sí, sin decir de donde vendría la una y la otra, aunque, ya se sabe: si para el fraile todo es bueno para el convento, para el político cualquier promesa es útil si capta votos).
En la otra trinchera los apocalípticos proclaman las siete plagas que asolarían el país si la banda de los cuatro- Iglesias, Errejón, Monedero y Bescansa- llegan al gobierno. (Eso sí, sin decir que muchos de ellos serían los primeros en ponerse en la fila para ayudar al vencedor si la victoria cambiara de bando).
Lo que nadie se ha detenido a reflexionar es sobre qué ocurrirá si Iglesias no gana y el Domingo de Ramos permanente que sus seguidores llevan viviendo desde las europeas se acaba convirtiendo en un Viernes Santo de derrota y desencanto.
PP, PSOE e IU son partidos que a lo largo de los años han acreditado su capacidad para gestionar la victoria y la derrota. La primera es fácil. Nadie se ahoga en el mar en calma del triunfo. La segunda es más compleja, pero siempre existen maderos a los que abrazarse a la espera que pase otro barco- otras elecciones- en las que volver a bordo.
Los partidos tradicionales se han construido sobre pilares ideológicos, organizativos e institucionales que les han ayudado a atravesar el desierto de la oposición. El sentimiento de identidad ideológica da solidez a los compromisos de militancia; la organización mantiene una estructura de pertenencia capaz de navegar en medio de las turbulencias electorales; la ocupación de parcelas de poder en ayuntamientos, diputaciones o autonomías sostienen las aspiraciones de aquellos que quieren mejorar la vida de sus ciudadanos y, también, de aquellos “profesionales” de la política que han hecho del puesto que tienen en las instituciones su medio de vida.
En Podemos estas circunstancias no se dan. No es un partido sustentado en bases ideológicas identitarias y su intencionada estrategia de transversalidad- ni izquierdas, ni derechas- se asemeja sin pretenderlo pero inevitablemente al falangismo. Sus círculos diseñan una imagen romántica en la que, bajo la apariencia de que todos deciden, lo que se esconde es la decisión unipersonal del líder, una circunstancia cercana al peronismo, con el que también coinciden en albergar en su seno desde la extrema izquierda a la derecha extrema, cansada, según ellos, de la debilidad del PP de Rajoy. El Falangismo no hubiera existido sin Jose Antonio, el Peronismo sin Perón y Podemos sin la imagen televisiva de Pablo Iglesias.
El partido de Iglesias (la preposición “de” es intencionada) es un movimiento construido para alcanzar el poder de forma inmediata. Todo su relato se desarrolla en un inminente “asalto al cielo”. Tiene el atractivo de la llama, la luminosidad del relámpago, el estruendo del trueno.
El problema llegará si toda la ilusión que han generado en tantos españoles tan hartos de una forma de hacer política que sólo satisface a quienes la practican no alcanza su objetivo. ¿Qué pasará el Día Después? ¿Quién gestionará la derrota? ¿Cómo se digerirá el fracaso? ¿Sobre qué bases se construye el relato para recorrer el desierto del futuro?
Podemos es el fruto inteligentemente cultivado del hastío, el desencanto y la indignación provocados por la crisis y la incapacidad de nuestros dirigentes para, no sólo resolverla, sino para reducir los costes crueles que están pagando millones de españoles. Las cúpulas políticas- las bases son otra cosa- instaladas en la ignorancia de lo que pasa en la calle y de lo que piensan los que por ella transitan, han sido las mejores aliadas para que ese sentimiento de desafecto fuese encauzado.
El problema de Podemos, si no gana, es que la ilusión es efímera y la frustración un sentimiento desolador que desarma y desalma.
En la vieja residencia Azorín, el maestro Manuel de Unciti respondía siempre a nuestra euforia revolucionaria de adolescentes que las noches excesivamente alegres eran siempre el preludio de mañanas tristes.
El Cielo puede tomarse por asalto. El riesgo es convencer a quienes acompañan en la aventura que el paraíso se está tocando con los dedos para, al final, no poder agarrarlo y despeñarse por el precipicio a la tierra.
Y las caídas sin paracaídas ideológico, organizativo e institucional pueden resultar irremediables. La ilusión y la ira son vientos huracanados pero efímeros si no alcanzan sus objetivos.
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