En el año 1963, protagonizada por Antonio Garisa, Alfonso Paso estrenó “La corbata”, una comedia en la que tres familias, pertenecientes a la alta burguesía, la clase media y la clase obrera, se enfrentaban al conflicto de una joven hija soltera, que se había quedado embarazada. De la divertida comedia venía a concluirse que la clase media, escasa de recursos, y teniendo que aparentar que los tiene, es la peor preparada para enfrentarse al problema. La corbata venía a ser el dogal de la apariencia que ahogaba a la clase media.
Unos años más tarde, como un eco tardío de los sucesos ocurridos en el mayo francés, algunos jóvenes comenzaron a desprenderse de la corbata , y, casi enseguida, a dejarse barba en un guiño de homenaje al castrismo. Gracias a esa moda, salir sin corbata, dejarse barba, y beber un “cuba libre” en un bar de moda te convertía en un revolucionario, porque la mentecatez de confundir la vestimenta con la ideología y la categoría con la anécdota ha sido bastante común en los tontos contemporáneos de todas las épocas. Y yo no tenía por tal, todo lo contrario, al líder de Podemos, pero cuando hace unos días mostró su admiración por la valentía que había demostrado el ministro griego en acudir a un reunión importante de la Unión Europea sin llevar corbata me dejó estupefacto. Yo creía que lo importante va a ser la habilidad en salir de la ruina que los griegos se han labrado, pero ignoraba que los problemas se podían resolver con revoluciones de guardarropa.
Las dos personas con una convicción de izquierda más inteligente que recuerdo han sido Enrique Tierno Galván y Luis Gómez Llorente. Siempre llevaban corbata. El alcalde de Madrid, además, no dejaba el chaleco, ni siquiera en los calurosos veranos de Madrid.
Pensar que los cambios sociales prometidos van a estar en manos de los estilistas me llena de tristeza y decepción.
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