Se hace saber que el color sepia del calendario constituye la más elocuente muestra de las transformaciones de toda índole que experimenta nuestro hábitat.
Se extinguen actividades,profesiones y oficios. Intentar encontrar un alguacil/a pregonero/a es como buscar una aguja en un pajar. Este tradicional oficio de siglos ha desaparecido prácticamente de la faz de la tierra patria. Hoy solo se pregona a don Carnal, la pantomima de los mítines, la Semana Santa , los juegos florales y las fiestas patronales. El pregón de un bando municipal, del aviso de algún vecino o de la llegada al pueblo de novedades, a golpe de corneta y en algunos casos de tambor, ha sucumbido a las tecnologías, léanse redes de megafonía o redes sociales por citar solo algunos medios al uso.
Mi lejana-próxima infancia aún trae a mis oídos el toque inconfundible de la trompetilla y el redoble sordo del tambor que a manos del “Tío Tomás” –Tomás Martínez Castaños-, el último alguacil pregonero de mi pueblo, anunciaba los pormenores del definitivo bando con aquel timbre especial de la voz arañada por los almanaques que él cerró en 1969.
Otros pueblos también han perdido esta simbólica profesión. En la localidad turolense de Alcaine, hace poco que han prescindido por razón de edad de la pregonera-alguacila Pilar Gascón Albero, “la Pilar”, quien durante más de dos décadas ha desempeñado con oficio y maestría esta actividad. Cinco potentes altavoces suplen ahora la familiar voz de “la Pilar”. Otro de estos populares personajes es Pepe Fuster, el pregonero de la localidad castellonense de Almedijar. La megafonía de ahora, como los pregoneros, tiene sus claves: un toque, dos o tres, según el anuncio, y en algunos casos va más allá: en Costur, también en Castellón, cada vez que llega al pueblo un desconocido se emite la canción “Mi carro”, del paisano Manolo Escobar. Se hace saber.
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