La irresistible ascensión de Ciudadanos es la prueba más evidente de cómo la geoestrategia puede modificar el mapa político. Hasta hace apenas unas semanas Ciudadanos era la respuesta organizada de un destacado militante del PP de Barcelona a la incapacidad de ese partido para abordar el problema del independentismo catalán. El PP nunca ha entendido Cataluña y los catalanes nunca han entendido al PP. Un desencuentro que también se da en Euskadi y, en menor medida y por circunstancias opuestas, en Andalucía. La estructura de los populares convierte a su organización en un entramado radial en el que el centro de la organización y del pensamiento está en Madrid y todo lo demás es periferia; coincidente o discrepante políticamente, pero siempre periferia.
Ciudadanos era, por tanto, un partido vertebrado en Cataluña y diseñado para ocupar en aquella geografía el espacio electoral al que no sabía o no dejaban llegar el PP. Hasta ahí todo estaba controlado.
Pero las elecciones europeas provocaron un tsunami más de plató televisivo que real con la salida a escena de Podemos y a la fascinación de entusiasmo mediático infantil seducido por la “nueva izquierda” había que contraponerle la otra cara de la moneda con una “nueva derecha” que superara la imagen de un PP en aparente decadencia cuando la realidad lo que constata es que los populares continúan siendo el partido mayoritario, abrumadoramente mayoritario, en la estructura de poder española; es una obviedad, pero conviene no olvidarlo ahora que algunos intencionadamente lo presentan como una banda de políticos en retirada.
La hoja de ruta diseñada en Madrid contemplaba a UPYD como la opción más solvente. Con lo que no contaron fue con la obstinada soberbia de Rosa Díez y su empeño en creer que Dios hizo todas las cosas perfectas, pero con ella se excedió en exceso. Por eso cuando quien le alentó y le dio alas le sugirió que el vuelo habría de hacerlo en compañía de Albert Ribera, la líder de apariencia socialdemócrata y españolismo de aldea cayó en el pecado de considerar que su incipiente éxito era consecuencia de su valía y no de una estrategia decidida extramuros de su dudosa capacidad.
No tengo pruebas, pero apuesto diez contra uno a que en no más de media docena de cenas en restaurantes del Barrio de Salamanca se alcanzó el acuerdo de que la vasca era pasado y el futuro lo encarnaba el catalán que había plantado cara al secesionismo en territorio enemigo.
Del relato anterior es fácil deducir que una de las características de la ascensión de Ciudadanos es su inevitable apresuramiento. Podemos y Ciudadanos servirán un día de ejemplo de como construir un partido en nueve semanas y media. Todo ha sido pasión desenfrenada.
El problema surge cuando hay que pasar de las musas al teatro. La contradicción irresoluble del planteamiento de Ribera sobre el AVE es la primera (y no será la última, al tiempo) contradicción que acaba demostrando que la nueva política está aquejada también por la enfermedad de la ambigüedad, el oportunismo y la imprevisión de la vieja.
Después de oír al economista Garitano, al político Ribera y al almeriense Miguel Cazorla, su hombre en la provincia, me declaro incapaz de saber qué piensa hacer Ciudadanos con las líneas pendientes del AVE. No lo sé.
Cómo tampoco sé cómo un partido que pretende renovar la política irá a las elecciones liderado por antiguos militantes del PP en casi la mitad de los municipios almerienses en que se presenta. Y me quedo sólo con los líderes, que ya veremos que carné han tenido los que les seguirán en las listas.
Un hombre tan de Iglesia como Miguel Cazorla no debía haber olvidado al construir el partido en Almería la certera apreciación bíblica de San Mateo cuando advierte a sus queridos hermanos que “nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino rompe el odre y se pierde el vino y también los odres; sino que se echa vino nuevo en odres nuevos”.
Claro que quizá la razón de tanto odre viejo sea la propia biografía del cantinero. Y es que cada uno es consecuencia de lo que fue, no el resultado de lo que quiere aparentar ser.
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